Por @rodrigosolo
Irving Wallace era un nombre como que me sonaba mucho, por eso compré su libro. Me dije: “No me hará mal leer un bestseller en vez de un libraco cabezón e ininteligible”.
No me creerán la trama: un heredero del segundo diario más importante de Nueva York, con miras a recibir toda su herencia dentro de un año de muerto su padre, debe transformarse en el número uno. Encuentra una fórmula para lograrlo: decide crear noticias. Por ejemplo le cuenta a un condenado a muerte una vía de escape y así obtiene su exclusiva de fuga. Más adelante decide organizar un secuestro. Él mismo recluta a los terroristas.
Inventar noticias, en los años 60s, tiene su toque futurista. No me digan que no sienten que a veces sucede eso aquí o acuyá. ¿Se imaginan que todas nuestras calamidades globales o nacionales, tenga un creativo confabulador que busca lograr el batatú periodístico? Qué freak, por decirlo menos. Es que hay estar enfermo del coco para crear un drama para una causa propia.
Me intrigó el librito, baratito, cortito, y simplecito: El Todopoderoso.
Y me acordé del libro precisamente ayer, las cosas de la vida. Creerse una cosa suprema, estilo Trump, estilo “el tipo bacán que avanza en segunda fila camino a San Esteban pasándose por ahí mismo a los demás”. Esa fue mi reflexión literaria escuchando la radio Azul.
Si usted es de los tontorrones que cumple las normas en todo, inclusive en el retorno a casa, piense en el que avanza sin respetar la fila, el vivo, el apurado, y acuérdese de la novelita en comento: El Todopoderoso. Vale la pena leerla para entender a estos astutos.
Siempre hay todopoderosos, hasta en el barrio de uno.
