Por: José Ramón Toro Poblete, profesor Liceo Max Salas Marchán
Hemos sido testigos de la controversia en la votación del Congreso ante el informe de la segunda comisión llamada Sename, cuyo tema a resolver eran las responsabilidades políticas en la crisis del SENAME ante los cientos de muertes de niños. Pues bien, no me quedaré en ello sino en el uso o abuso de la palabra para revertir una situación y convencer a algunos causando una reacción pública envuelta en el escándalo.
Aunque no comparta mucho su pensamiento, pienso en Friedrich Nietzsche (recordando mi bachillerato en filosofía) que confesaba que las palabras son, una especie de signos convencionales y las verdades son nada más que ilusiones que se olvidan, es decir; es una especie de foto que ha perdido la imagen y luego se convierte en papel reciclable y deja de ser una foto como lo fue originalmente. Incluso, haciendo alusión a los primitivos, discurría que cuando inventaron una palabra, creyendo haber realizado un gran descubrimiento, habían inventado un problema o una gran piedra en el camino que no les permitía avanzar.
Por otro lado, Martin Heidegger, llegó a la conclusión que las palabras en la historia, a veces eran más poderosas que las mismas cosas y hechos.
Perdone si le distraigo pero, me parece importante recordar que el Octavo Mandamiento de la Ley de Dios invita a no mentir y dar falso testimonio en un juicio, calumniar al prójimo, decir cualquier clase de mentira, murmurar, juzgar mal del prójimo, descubrir sin motivo sus defectos, y toda ofensa contra el honor y la buena fama de los demás. Pues bien, muchos tratados cristianos de ética y moral hacían alusión a los pecados de la lengua” (o “de palabra”): falso testimonio, mentira, perjurio, juicio temerario, maledicencia, difamación, calumnia, halago, adulación, etc.
Continuando con el tema, en la política cuando se cambian las palabras, se piensa, debieran cambiar las realidades y, así se tiene que algunos personeros políticos y de distintos gobiernos (en buen chileno) nos “doran la píldora” como por ejemplo; para ser exquisitos se podría decir de un drogadicto (si es hijo de alguien poderoso) no lo es, sino que (aquí está el meollo) es un “usuario de sustancias adictivas” y, vaya que suena lindo. Tan lindo como en vez de decir a un político que ha delinquido ante el SII, es más bonito decir que ha emitido “boletas ideológicamente falsas”, porque llamarle delincuente causa susto y, vienen otras palabras lindas “toda persona tiene derecho a la presunción de inocencia”. Nadie se atreve a decir que es un delincuente “de intachable conducta anterior”, para que suene más suave y lograr cambiar una realidad monstruosa ante los tribunales y opinión pública.
Ante la discusión del proyecto de ley que fue despachado sobre la despenalización del aborto bajo tres causales, se debe hablar en un lenguaje políticamente correcto y se dice interrupción (voluntaria) del embarazo y, sabemos que, lo de interrupción es un decir, porque habría que decir derechamente cancelación, eliminación del embarazo y punto.
Cuando se rompe la necesaria, irrenunciable y moralmente exigible relación del lenguaje con la realidad, tiene como triste y letal consecuencia la pérdida de su carácter comunicativo. La palabra ya no comunica verdad, deja de construir sociedad y nación.
Platón, les inculcaba e insistía a los sofistas que, cuando el lenguaje (entiéndase el habla) se aparta o divorcia del objeto, pasa a ser un lenguaje sin destinatario. Es más, decía que quien miente no trata al otro ni le respeta como persona y pervierte ¡Pervierte! la palabra en instrumento de poder: dando paso a la mentira que atenta contra la justicia y solidaridad. En el fondo, usando términos más familiares y conocidos, el lenguaje es como la capa de ozono que si se relativiza, se corrompe poniéndose al servicio de intereses políticos, económicos e ideológicos, pierde su consistencia social. Se adelgaza y pone en peligro a toda una sociedad. Y, lo que está puesto en peligro es la Credibilidad en los poderes, en el estado, en la política y quienes la representan.
Al final, entre tantas palabras me pregunto:
¿Qué pasará con los niños del SENAME?
Que sea feliz.