Por: José Ramón Toro Poblete, profesor Liceo Max Salas Marchán
Difícil tema de entender porque tenemos muy desarrollado el valor del espacio físico o geográfico donde nos movemos y existimos. ¡Nuestro metro cuadrado! Tenemos clara conciencia del poder y propiedad donde nos movemos y existimos; nuestra casa y nuestra vereda, la vía donde conducimos, la vereda donde caminamos, el paso peatonal, nuestro escritorio, oficina, incluso nuestra cocina, dormitorio y lugar de descanso. Quien invade nuestro espacio recibe una sanción social. Todo lo anterior es parte de nuestra dimensión Espacial (espacio). Pero, ¿qué sucede con nuestra dimensión Tiempo? ¿Tiene el mismo valor?
Al parecer no. Existe la costumbre de esperar en una consulta médica, donde se exige la llegada puntual porque “el tiempo del médico” es valioso, pero el de la persona que contrata su servicio (llamado paciente), no lo es y, casi siempre debe esperar. Ni hablar del tiempo perdido ante trámites burocráticos y administrativos o, el tiempo que se toma la justicia para resolver casos que son importantes para las partes en litigio.
Es claro que el tiempo, en cuanto transcurre, no tiene valor en si mismo y lo que le da el verdadero valor, es nuestra vida, llegando decir que, el tiempo es “vital” (asociado a la vida).
Hablamos de “Tiempo” de trabajo, de descanso, de estudio, de vacaciones, de familia. Y, el tiempo lo asociamos irremisiblemente a nuestra vida. En consecuencia, nuestra vida y existencia, nuestro quehacer, es el que le da el verdadero sentido y valor ético al tiempo. Incluso, en ocasiones, perdimos la noción del tiempo cuando “nos quedamos pegados” en alguna actividad que nos agrada, nos recrea y nos hace felices.
El buen y recto uso del tiempo, tiene dos dimensiones. Una es la del mundo personal que, en el ámbito de la recta conciencia, permite al hombre darle un recto y adecuado uso para su propio bien y felicidad y, la otra, es la social, donde su buen uso, obviamente producirá beneficios para la familia y sociedad.
En la primera dimensión (personal) la persona se lamenta de haber perdido parte de su vida (porque no decidió, ella, a tiempo), en la segunda; es la sociedad quien sanciona. Por ejemplo, en la dimensión personal, el no haber cortado o finalizado con una relación, produciendo la sensación de haber perdido parte de la vida. La pérdida de un cliente por no entregar los trabajos reiteradamente “a tiempo” (rigurosamente al “tiempo del cliente”) o, (dimensión social) la pérdida de un trabajo por no entregar lo solicitado “al tiempo” de su jefe que debe rendir cuentas de “su tiempo” de trabajo en base a resultados o productos a otro jefe o gerente. Es, en estas situaciones, donde el tiempo tiene su valor ético.
Solo en la medida que le damos un sentido ético-moral a nuestra vida e historia, a la vida e historia del otro, en permanente construcción, se la daremos al tiempo. Solo en esa medida podremos organizar nuestra vida y los tiempos para nuestra vida e historia. Es la vida la que se organiza y no el tiempo.
Normal y frecuentemente las personas dicen que tienen que organizar el tiempo, menospreciando y devaluando el verdadero valor de la vida que es la que le da sentido y valor al tiempo.
En esto, no estamos bien. Es así que, es muy frecuente escuchar la queja que “el tiempo no me alcanza”, que “no tengo tiempo” o bien (en chilensis) “me voy a hacer un tiempito”.
El tiempo transcurre en su vida y, no su vida es la que transcurre en el tiempo (dado en un reloj y calendario). No olvide, su vida es la que le da valor al tiempo y no al revés.
Para simplificar el asunto. Con el cambio de hora, el tiempo no cambió ni sufrió alteración alguna, pues los punteros de su reloj siguen en el mismo lugar. Es su cuerpo (vida) el que sufrió trastornos porque, su vida es la que vale y le da valor a esa medida transcurrente.
Ahora bien, permítame, antes de terminar, plantearle dos preguntas:
1.- Se dice que el tiempo vale oro y, si usted vale más que el tiempo, entonces ¿Cuánto vale su vida?
2.- Se dice que “quien nada hace, nada teme” ¿Qué opina si escribo: “mejor teme el hacer nada”?.
Por último, le invito lea el capítulo Tercero del libro Eclesiastés o Cohelét (hombre de la asamblea) del Antiguo Testamento escrito el siglo III antes de Cristo, solo los primeros ocho versículos, donde el autor se plantea ante la muerte.
Que sea feliz