Por: Hno. Angel Gutiérrez Gonzalo
Hace unos días atendí en mi oficina a un matrimonio que tiene dos hijos en el Instituto San Martín y deseaban que yo les respondiera la siguiente pregunta: Por favor, Hermano, díganos sinceramente ¿en qué puntos básicos, cree usted, deberíamos educar a nuestros hijos? Buena e interesante pregunta les dije. Después de unos momentos de reflexión, les insinué los tres puntos siguientes:
1. Deben educar en la libertad, entendida ésta como un paso decidido de la dependencia. Únicamente un individuo independiente, que sepa decidir por sí solo, puede madurar como persona. Sin independencia no hay posibilidad de libertad y sin libertad, el más elemental sentido de responsabilidad falla. Es difícil educar a los hijos en libertad, pero es el precio que hay que pagar para hacerles personas responsables. La verdadera libertad consiste en saber usar la independencia con responsabilidad. Si los padres no saben ofrecer a sus hijos, de forma pedagógica, cuotas progresivas de independencia, éstos no crecerán en libertad y el que no crece en libertad no crece en madurez humana y, luego, se toma de golpe y violentamente, envenenándose con ella.
2. Deben educar “en el amor”, entendido éste como el paso decidido del “yo” al “nosotros”, del aislamiento innato a la actuación solidaria. La familia debe socializar al individuo, preparándole para su dinámica integración en la sociedad. Y para una familia cristiana, educar en el amor significa, además, descubrir a los hijos que Dios es Padre y ama entrañablemente a los hombres, y que éstos deben comportarse como hermanos.
3. Deben educar “en el trabajo”, entendido éste como paso decidido de la pasividad a la colaboración para con los otros. Quien ama el trabajo y la profesión es útil a la sociedad y se siente realizado como persona. La mejor herencia que los padres pueden dejar a sus hijos es una buena formación humana y profesional que luego será la base para su futuro desarrollo como personas y ciudadanos. Educar al niño, al joven, es “abrir su inteligencia”, formar su corazón: mostrarles el amor de Dios; amarle. Son palabras de San Marcelino Champagnat. La educación en estos tres puntos fundamentales sólo será posible si en la familia se crea un ambiente de sinceridad, amistad y confianza entre padres e hijos.
No olviden, dije a mis dos visitantes, que el defecto que más aborrecen los jóvenes en los adultos es la hipocresía, y la virtud que más aprecian es la sinceridad.
Procuren hacer de su hogar una escuela donde, “el arte difícil y delicado de educar a sus hijos”, puedan desarrollarlo plenamente y sentirse felices de su labor educativa.
Satisfechos con mi respuesta, agradecieron mi acogida y el tiempo que les dediqué.
Luego, llevando tarea para la casa, se despidieron muy amablemente.