Por: Marilin Rivera Chacón. (Primer lugar Concurso de Cuentos «Palabras a Los Andes» 2019
Corría el año 1960, era un anochecer de primavera, habíamos ido con mi madre a ver una a tía que vivía en Callejón Angosto, nos fuimos caminando por Avenida Independencia hacia la calle Esmeralda, de pronto empecé a ver que en ciertas casas se empezaron a encender luces de colores y a escuchar música muy alegre. En sus puertas había bellas mujeres con vestidos de colores y brillos resplandecientes, yo caminaba y las miraba, estaba maravillada de verlas con esos vestidos. Cuando mi madre se dio cuenta al ver mi rostro me dice: ¡no mires, esas son mujeres malas! Yo la miro sorprendida y me digo ¿Cómo pueden ser malas si se ven tan bellas con esos vestidos con brillos? Pasaban los días, cuando salíamos yo quería ir a ver esas luces y esas bellas mujeres, pero no me llevaban por esos lados, estaba prohibido para una niña. Un día cualquiera, era mediodía, pasamos por esa calle, yo estaba feliz: volvería a ver todas esa luces y a escuchar esa música alegre, pero no habían luces ni música y no estaban las mujeres con sus brillos, solo se encontraban unas cuantas mujeres con un cigarrillo en la boca mirando unas revistas o simplemente tomando sol, y las casas tenían nombres raros como el Okey, Las Dalias, El cabeza de Chancho, Sin nombre, Doña Pina ¿porque les pondrían nombres a las casas? ¡Me preguntaba! y al verlas con la luz del día todo el entorno se veía gris y silencioso..
Pasaron unos cuantos años, fui de noche a ver esa calle que me fascinó cuando niña y me encontré con las luces, la música y esas bellas mujeres con sus vestidos brillantes, entonces me quedé ahí en el «París de noche», rodeada de las luces, la música alegre y vistiendo esos bellos vestidos brillantes.