Por: Agustín Pérez, Foro Independiente de Opinión
Por lo que respecta a la formación total de la persona, el ámbito familiar ha sido tradicionalmente el principal núcleo formativo; atribuyendo a la escuela, en una acción subsidiaria, lo que podría denominarse como educación intelectual. Sin embargo, parece que ahora se desplazan hacia la escuela otros campos antes cubiertos por la familia.
Alumbrados por las necesidades de la vida moderna, la escuela asume funciones que antes cumplía la familia; desde las guarderías o el jardín de infancia, hasta el acudir a comedores escolares por mor de la organización escolar y de los desplazamientos. Pero se llega a más, se espera de ella, en exceso, que prepare a los alumnos para enfrentarse a la vida moderna, que les prepare para la vida; de manera que la educación adquiere un sentido utilitario, frente a la profundidad y a la interiorización.
La familia es un insustituible ámbito formativo, que afecta no solo a los hijos en edad escolar, sino también a todos sus componentes, en todas las direcciones: los hijos también influyen en la formación de los padres, y no sólo estos en aquellos. En el ámbito familiar es donde las personas pasan más tiempo, por tanto es lógico que esa relación configure al hombre de una manera muy relevante. Por otra parte, en ese ámbito no es necesario «protegerse» frente a posibles agresiones exteriores, como puede ocurrir en el trabajo o en las relaciones sociales; lo cual favorece el desarrollo de la personalidad, de las emociones y de los sentimientos.
Los deberes formativos de los padres no acaban con la libre elección de lo que consideren un buen colegio de acuerdo con sus valores. Siendo importante, es insuficiente. La escuela pone lo adjetivo; lo sustantivo, las raíces, deben encontrarse en la propia familia. No ha de olvidarse que habiendo mejorado de manera importante el sistema educativo, se ha incrementado también el fracaso escolar; por tanto, algo está pasando.
La familia amortigua las tensiones producidas por la aceleración del momento que nos ha tocado vivir. La posible renuncia que los miembros de la comunidad familiar hagan en su acción educadora, o la existencia de conflictos internos, afecta a todos los integrantes de la familia.
La tarea de ofrecerse como modelo para los hijos y de comportarse como tal, de «ponerse en su lugar» y de saber querer, es siempre ardua. Frente a la huida de la responsabilidad educativa —voluntaria unas veces e inconsciente otras— que mantienen algunos padres, cabe la posibilidad de ser maestros de humanidad de sus propios hijos; de ir sentando los cimientos del carácter, de las actitudes personales y sociales, de los valores; de ayudarles a razonar, a encauzar sus afanes e ilusiones; de fortalecer su capacidad de libertad y de responsabilidad, para cuando los hijos tengan que asumir la tarea de «auto educarse», que inevitablemente llegará.
Escuela y familia se complementan: los conocimientos adquiridos sistemáticamente se integran con la experiencia vital. La escuela no puede estar aislada de la familia. Es necesario que aquellos que son auténticos maestros en sus hogares, adopten un papel más activo en el gobierno de la escuela; y más en la situación actual, en que se intentan implantar en la escuela ideologías de género que tan directamente pueden afectar al ser de sus propios hijos.