Por: Miguel Kottow, académico Facultad de Salud, Universidad Central
En estos días circula la noticia del DJ italiano Fabiano Antoniani, tetrapléjico y ciego tras un accidente, que desde hacía 3 años solicitaba infructuosamente que las autoridades de su país le autorizaran la eutanasia, finalmente viajando a Suiza para recibir el procedimiento en la institución Dignitas. El caso ilustra cómo el tema intranquiliza cada vez más en sociedades donde violencia y envejecimiento abandonan y humillan vidas humanas, a pesar de lo cual las iniciativas por normar la eutanasia se encuentran entrampadas en debates estériles y en plúmbea parálisis legislativa.
En 2014-2015 el tema de la eutanasia tuvo mucho realce académico y mediático, apagado por el rechazo de la Comisión del Senado a la propuesta de legislar sobre el tema. El debate entró en latencia hasta que vuelva gatillarse su actualidad, en el intertanto punteado por algunas intervenciones que, de no ser comentadas, pueden crear más confusiones que esclarecimientos.
La atleta belga Marieka Vervoort, medallista en los Juegos Paralímpicos de Río (2016), en la disciplina 400m en silla de ruedas, anunció que tenía, desde 2008, “los papeles en la mano” para recibir eutanasia, pero que aún no era oportuno requerirla, declarando que “si no tuviese los papeles de la eutanasia, creo que me habría suicidado, porque es muy duro vivir con tanto dolor y sufrimiento”. Cuáles sean estos “papeles” no fue aclarado, pero obviamente solo puede tratarse de un documento que expresa su voluntad de eventualmente recibir eutanasia. M. Verfoort declara que, por de pronto: “va a disfrutar de cada pequeño momento”, ilustrando así todo lo que NO debe ocurrir en eutanasia autorizada.
No puede existir el cheque en blanco, sin fecha, autorizando la eutanasia que, allí donde es despenalizada, requiere un registro oficial previo, un plazo definido de ejecución, la situación de sufrimiento intolerable e intratable, la incapacidad corporal de optar por el suicidio. Esta noticia es demasiado incompleta para opinar sobre la legitimidad del caso, o sobre los aspectos legales de eutanasia en Bélgica, pero introduce intranquilidad y desconcierto en el tema: cualquier forma de eutanasia o suicidio médicamente asistido solo podría llegar a ser despenalizada o legalizada, bajo condiciones estrictas de indicaciones muy precisas, registro y ejecución normadas y fiscalizadas, nada de lo cual ocurre en este caso.
Confunde el tema, asimismo, cuando en una oportunidad una senadora en ejercicio señaló que abortar un feto por malformación extrema sería equivalente a un acto eutanásico que en muchas partes, agrega, sería entendido como un “aborto eutanásico.” Lo primero que han de entender nuestros políticos es que la eutanasia médica tiene como condición primerísima, la expresa voluntad de la persona por morir. El término aborto eutanásico no existe, y la honorable senadora podría haberse confundido, en una turbación no menor, con el aborto eugenésico.
Cuando una inquietud ciudadana entra en fase de latencia, es de primera relevancia que se despliegue un período de reflexión, deliberación y esclarecimiento, en preparación a que vuelvan a emerger proyectos de debate parlamentario. En el espacio público es preciso preservar la ética de evitar opiniones livianas o erradas, no aumentar las confusiones, ni fomentar la incubación de posturas rígidas que impedirán, en su momento, un debate democrático y abierto.