Por: Pedro Barrera Quezada, profesor de Estado, presidente Partido Democrata Cristiano comuna de Los Andes
Corría el año 1958 y mientras cursaba el sexto año de humanidades, en terminología de estos tiempos, cuarto año de Enseñanza Media, en el Liceo de Hombres Nº 6, hoy Liceo Andrés Bello de San Miguel, Región Metropolitana, y como muchos otros jóvenes y adolescentes de ese tiempo, acudía sabatinamente a las céntricas calles santiaguinas tras la figura de un político aún joven, de alta estatura y elocuente oratoria, Eduardo Frei Montalva (Santiago, 16 de enero de 1911- Santiago, 22 de enero de 1982).
¿Qué sentimientos fluían en mi espíritu en ese entonces, para conmoverme a una edad tan temprana con la visión político social que él encarnaba, en esa primera postulación a la más alta magistratura del país, sentimientos que aún conmueven mi espíritu, especialmente en fechas como ésta en que se recuerda un nuevo aniversario de su lamentable desaparición física (22 de enero de 1982)?.
Hoy, con la madurez propia de los años, creo que en la raíz de esos sentimientos estaba y está el respeto por los derechos humanos, la democracia como forma de gobierno, la atención prioritaria por los más desposeídos, la dignificación del mundo campesino, la preocupación preferente por la educación y el esfuerzo persistente por la recuperación de las riquezas básicas del país, entre otras nobles y trascendentes iniciativas que marcaron su vida.
Eduardo Frei Montalva, en ese 1958, sólo tenía 47 años y se había venido preparando desde pequeño para asumir tareas trascendentes en el devenir de la patria. Luego de cursar estudios regulares, se tituló de abogado en los inicios de la década de 1930, para luego contraer matrimonio en 1935 con María Ruiz Tagle, de cuya relación conyugal nacieron siete hijos, de los cuales el mayor de los varones también llegaría a ser presidente de Chile (Eduardo Frei Ruiz Tagle, 1994-2000).
En el plano de su formación personal y espiritual, Eduardo Frei Montalva, acendradamente católico, fue elegido presidente de la ANEC (Asociación Nacional de Estudiantes Católicos) en 1931, lo cual unido a la profunda lectura que hizo de la encíclica social del Papa Pío XI “Quadragesimo Anno”, fue moldeando aún más su vocación político social, en lo cual jugó también un papel relevante el filósofo francés Jacques Maritain.
Pero esa primera candidatura presidencial de 1958 también tenía un sustento político. En efecto, junto a amigos e integrantes de la ANEC, entre los cuales cabría mencionar a Bernardo Leighton, Ignacio Palma, Manuel Garretón, Radomiro Tomic y otros, dio vida al Movimiento Nacional de la Juventud Conservadora (1935), luego Falange Conservadora (1937), con creciente autonomía, con la flecha roja como emblema, y un nivel de actividad, preparación, capacidad, energía y conciencia social que los lleva inevitablemente en 1938 a
independizarse como partido político con el nombre de Falange Nacional, con su noción de no ser ni izquierda ni derecha, hallándose por sobre ellas, de ahí su emblema: una flecha roja lanzada hacia adelante y atravesando las barreras del capitalismo y el socialismo marxista.
Pero hay más en el devenir hacia esa primera candidatura presidencial. En efecto, la Falange Nacional al cabo de veinte años de existencia y con los altibajos electorales propios de los avatares políticos, da origen el 28 de julio de 1957, en un acto solemne realizado en el salón de honor del Congreso Nacional de Santiago, al Partido Demócrata Cristiano, como producto de la fusión de la Falange Nacional, el Partido Conservador Social Cristiano y otras pequeñas agrupaciones independientes.
Al año siguiente, el paso parecía natural y obvio, presentar al país para las elecciones presidenciales de ese año, la figura del prestigioso abogado y senador por Santiago, Eduardo Frei Montalva, como el primer candidato presidencial demócrata cristiano, obteniendo un promisorio tercer lugar, tras Jorge Alessandri y Salvador Allende. Seis años después, en 1964, Eduardo Frei Montalva es elegido por mayoría absoluta presidente de la república, convirtiéndose así en el primer presidente demócrata cristiano del país y de América Latina.
Hoy, después de muchos años y a treinta y cinco años de su desaparición física, sus camaradas de ayer y de hoy evocamos su recia figura de estadista, anhelando que surjan liderazgos como el suyo para así ennoblecer la actividad política, tan venida a menos, como modelo de servicio a los demás y, en especial, a los sectores más pobres y desposeídos.