Tradicional jardín infantil de Los Andes
El establecimiento ha contribuido durante más de dos décadas a la educación de los niños del barrio Alonso de Ercilla, pero en un momento vivió una grave crisis financiera. A mediados de los ’90, el compromiso de trabajadores y esposas de Codelco con la causa liderada por la profesora Fresia Rojas permitió su continuidad y mejorar las condiciones de más de 90 menores en vulnerabilidad social.
A mediados de los años noventa, la profesora Fresia Rojas caminaba kilómetros por las calles de Los Andes con el propósito de recolectar comida para los niños del Centro Pan y Ternura, un lugar emplazado en el barrio Alonso de Ercilla, que fundó con el apoyo de la Organización Internacional de Centros Nutricionales (con sede en Francia), donde niños en riesgo eran alimentados y educados. Pan y ternura, literalmente.
Por ese entonces, más de 30 niños de hasta cinco años de edad en extrema vulnerabilidad social llegaban todos los días al Centro. Sin embargo, los recursos desde Europa comenzaron a escasear y la obra estuvo en riesgo de desaparecer. Una cruzada de trabajadores de División Andina y sus esposas –sumado a otros esfuerzos de vecinos de la comuna– ayudó a que el Pan y Ternura pudiera seguir atendiendo a los menores.
Érika Valencia, esposa del trabajador de Andina Jorge Vásquez, fue una de ellas y recuerda su impresión al ver las precarias condiciones que tenía el lugar. Por esos años, el Centro se ubicaba en una pequeña casa en la calle Andalién, en el mismo sector de Centenario, pero urgía encontrar un nuevo espacio. «Trabajamos mano a mano con ella. Muchas veces veníamos a colaborar en el día, para hermosear el lugar y las áreas verdes, la acompañábamos a la feria a buscar los alimentos… y vimos la necesidad imperiosa de tener un mejor lugar donde estar más cómodos. Juntos fuimos a donde las autoridades para conseguir un nuevo terreno», comenta Érika.
El municipio de Los Andes cedió en comodato el actual terreno donde se emplaza el actual jardín infantil, y las familias mineras organizaron actividades para recolectar fondos para completar la construcción de las dependencias. Érika recuerda: «dijimos ‘aquí tenemos que ponernos las pilas’. Por el trabajo de los mineros era difícil que ellos pudieran estar en todas, pero ahí estuvimos sus esposas para colaborar».
Gracias a este esfuerzo se arreglaron los baños y piso, se construyó un cobertizo y una sala que sirviera como oficina para Fresia, obras en las que participaron directamente los mineros. Como Juan Ibaceta. «Me trae lindos recuerdos ver este lugar. Veníamos los fines de año en la pascua, hacíamos fiestas, traíamos juguetes, también mejoramos la casa. Nos organizábamos en nuestros tiempos libres y hacíamos grupo para venir a ayudar. Los mineros somos solidarios y con sentido social. Aquí ayudamos a mejorar las condiciones de los niños, a que pudieran jugar en un espacio techado en invierno y sin mojarse. Que no estuvieran encerrados. Aportamos nuestro conocimiento para esta obra que beneficiaba a los niños», recuerda.
“Los recordaré toda la vida”
«De 30 niños llegamos a ver a más de 90. Nos sentimos orgullosos por haber hecho algo por quienes más lo necesitaban, aportando un grano de arena a la obra de doña Fresia», opina hoy Érika, tras reencontrarse después de varios años con la fundadora del centro, el mismo día en que la ciudad de Los Andes la homenajeó inaugurando con su nombre una plaza de juegos para los nuevos alumnos del Pan y Ternura.
Tras dejar Los Andes (luego de más de 20 años como directora del establecimiento) y regresar a su natal Villa Alemana, la profesora Fresia Rojas recuerda con cariño y nostalgia los primeros años del jardín infantil. «Toda la ayuda que recibíamos iba en beneficio de los niños. Muchas veces ellos llegaban sucios, sin comer, el Centro les dio felicidad y dignidad. El apoyo de las familias de Andina fue muy importante para eso, ellos les traían ropa, les organizaban fiestas de Navidad… Siempre me acuerdo de todos, por su alegría y apoyo. Y los recordaré para toda la vida».