Por: Octavio Arellano Z., concejal y ex alcalde de Los Andes
El sábado recién pasado se cumplieron 129 años del nacimiento de Lucila Godoy Alcayaga, en la ciudad de Vicuña el 7 de abril de 1889, quien 56 años después se convertiría en la primera y única mujer chilena en obtener el premio Nobel de Literatura. Sin presumir de chauvinismo, sino que teniendo a la vista los hechos, especialmente la excelente obra del otrora ”escribano”, nuestro querido amigo Luis Rojas, efectivamente es posible sostener que la “cuna literaria” de Gabriela Mistral fue la ciudad de Los Andes donde vivió entre 1912 y 1918. Sin embargo, es de justicia sostener que su primer lugar en los Juegos Florales de la Municipalidad de Santiago, en 1914, con los Sonetos de la Muerte” fue su bautizo de fuego en la Literatura Nacional. Hasta esa fecha, su poesía recoge su vivencia como maestra de escuela rural, especialmente su prolífica labor literaria y poética dedicada a los niños de Chile, con sus conocidas rondas y su colaboración en diversos textos escolares. Arrastrando en su alma el dolor que significó el suicidio de su amado Romelio Ureta, “los Sonetos de la Muerte” fueron, paradójicamete, un grito a la vida, al amor, a la fragilidad de la naturaleza humana. Los Sonetos son conocidos por primera vez en 1914, mientras residía en Los Andes e impartía clase en el Liceo de Niñas, oportunidad en que usa por primera vez el seudónimo de Gabriela Mistral.
A través de la vida de Gabriela Mistral y sus avatares, nos permiten visualizar los conflictos sociales de principio del siglo XX, que debió sortear para llegar a la cúspide la poesía mundial, proceso que también vivieron mujeres insignes como Violeta Parra o Teresita de Los Andes.
Para ello debemos necesariamente contrastar su obra y su vida con el contexto histórico y cultural que le correspondió vivir y las dificultades que debió superar, propias de la época como el machismo, la discriminación hacia la mujer, su impedimento al ascenso social, la discriminación según el origen que primaba en esa época.
En Gabriela Mistral, es patente el sentido de superación y resiliencia de una mujer proveniente de una comuna campesina del norte chileno, forjada como maestra en el autoaprendizaje, directamente en el aula, en la vivencia diaria de la pobreza y exclusión de niños y niñas de principios del siglo XX.
El CONTEXTO DE UNA SOCIEDAD EN CAMBIO
Recordemos que el 28 de julio de 1918 se inicia en Europa la primera Guerra Mundial provoca en Europa la masiva incorporación de la mujer a labores industriales, especialmente en la industria bélica, y posteriormente, en la incorporación al área de la salud para la rehabilitación de lisiados y heridos en los campos de batalla y su ingreso a la administración pública. El ingreso de la mujer como fuerza de trabajo, no avanzó con la misma rapidez el acceso al ejercicio de los derechos civiles y particularmente el derecho a sufragio, que en Europa sólo se consagra como voto censitario, o sea, restringido a las mujeres profesionales y que hubieren cumplido 30 años, quedando la mayoría excluida de la participación ciudadana hasta 1828, en que el voto se generaliza. En Chile sólo fue posible hasta el año 1945.
Cabe destacar que recién el año 1913 aparece en Chile los primeros movimientos de mujeres y asociaciones que buscaron mejorar la situación de la mujer y democratizar la sociedad, producto de la toma de conciencia, por parte de un número importante de mujeres, de las limitaciones impuestas a su educación, por lo menos entre los estratos medios y populares. Si bien el discurso social de Gabriela Mistral estuvo centrado en la formación y el acceso a la educación de la mujer y el desarrollo de la infancia, no fue una declarada feminista, aunque si destacó su contribución con Elena Caffarena en el Movimiento pro Emancipación de la Mujer, MEMCH.
Es una época en que prima el concepto, que sólo entre las clases acomodadas la mujer podía tomar lecciones de música, leer a los poetas greco latinos y alguna novela francesa de carácter romántico y educativo, mientras que la mujer rural o de familias de origen popular sencillamente no podía aspirar a niveles mayores de formación, estando solo destinada a cumplir labores de crianza de sus hijos. Era común la creencia que para su formación normal, debía aprender «labores de mano y los buenos modales de una dama», como preparación para el matrimonio.
GABRIELA MISTRAL, LA RESCILIENTE
Es en Gabriela Mistral donde mejor se refleja la presencia de una mujer ante los avatares de su época, entendida ésta como la capacidad de superar las dificultades que debe enfrentar propias de su origen humilde. Debió superar la exclusión que la sociedad de entones, tenía hacia quienes provenían del mundo rural, aquellos que debían ser autodidactas para poder surgir. Incluso Gabriela Mistral debió sortear el menosprecio de algunos movimientos feministas más radicalizados. De más está decir la dificultad que presentaba poder acceder a cargos de jefatura educacional sin haber acudido a la Escuela Normalista, nombramiento que sólo logró en 1918, al asumir la dirección del Liceo de Punta Arenas, contando para ello con el consentimiento de don Pedro Aguirre Cerda, su gran amigo, y posteriormente Presidente de la República.
No cabe duda que de ahí a la obtención del Premio Nobel de Literatura el año 1945, su trayectoria representa el resultado de una convicción en los ideales, en la coherencia de sus actos, en su profunda capacidad de entender y buscar resolver las dificultades que le correspondió vivir y en su visión de un mundo diferente para la infancia, las mujeres y los pueblos originarios, todo ello en el contexto de un mundo cambiante, enfrentada al drama de sufrir dos conflictos mundiales.
Como embajadora no dudó en condenar al fascismo italiano, en que se incubada un mundo totalitario, que junto al nacismo alemán, condujo al mundo a una tragedia de exterminio racial como no se había conocido en una sociedad supuestamente civilizada.
Hija del mundo rural, maestra, poetisa, embajadora, defensora de los pueblos americanos, Gabriela es un ícono del espíritu de superación, representa con hechos concretos la mejor exponente de su vocación docente.
Es de esperar que nuestra educación y es especial, nuestra ciudad, otorguen a Gabriela Mistral un valor que va más allá de una simple conmemoración y le reconozca su aporte al surgimiento de un sentimiento de responsabilidad con la infancia y el rol que juega el acceso a la educación en el progreso social. Eso es Gabriela Mistral, la hija literaria de Los Andes, ciudad que como especie de paradigma de la burocracia administrativa, le otorgó, sin pocas dificultades el título honorífico de Hija Ilustre, al igual como ocurrió con el Premio Nacional de Literatura que sólo recibió en 1951. Por eso creemos que ya es tiempo que, por lo menos Gabriela Mistral, sea definitivamente profeta en su tierra andina.