Hijos del Regimiento Guardia Vieja de Los Andes

Hijos del Regimiento Guardia Vieja de Los Andes

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Autor: ANÍBAL LÓPEZ SAAVEDRA

Soy un andino de corazón, transitando ya por los 77 años. Mi padre fue un militar suboficial del otrora Regimiento de Infantería N° 18, Guardia Vieja, ambiente en el que viví mi infancia y mi juventud por las décadas de los 40 y 50.

No hace mucho, vino a visitarme un hermano que desde su juventud se radicó en otra ciudad. Mientras charlábamos haciendo recuerdos, me propuso: “Vamos a dar una vuelta a donde vivimos cuando niños”. Y partimos, saliendo de la ciudad por la calle General Estanislao del Canto, en aquel tiempo, dirección obligada hacia Coquimbito, hoy Camino Internacional.

Luego de observar la añosa baranda de pilares de cemento y tubos metálicos a la ribera del río Aconcagua, pasamos frente a la casa en que vivió nuestra querida Gabriela Mistral. Más allá, contemplamos la esquina con el callejón Mateo Díaz que va hacia el río. En ella estaba la Escuela Primaria N° 21, donde hicimos nuestros primeros estudios. Y luego, llegamos a las instalaciones del Regimiento donde mi padre cumplía su vocación de defensor de la Patria.

Mucho ha cambiado el Regimiento, pero pudimos sentir su esencia y estremecernos de emoción al pasar frente a su impresionante guardia de entrada. Continuamos y más allá, en el último tramo hasta los faldeos de los cerros circundantes, estaba “nuestra Población Militar”, una corrida de 30 casas blancas, que se yerguen cual primera línea de un batallón invencible, que ofrece refugio a su gente.

De pronto, mi hermano gritó: “Mira, esa es la casa en que vivimos”. Y comenzamos a recordar: Aquí jugábamos, en la calle; mientras las chicas saltaban la cuerda o disfrutaban del juego de la “quemada”, los chiquillos nos batíamos en contiendas de trompo o bolitas, o disputábamos apasionadas pichangas de fútbol con una pelota de trapo.

En ese tiempo, el Regimiento era una singular y acogedora ciudadela, abierta a sus soldados y familiares, sin extremas restricciones. Un emporio abastecía de variadas mercaderías a las familias de los militares, a la vez que había panadería, lechería, carnicería y otros servicios. Un vehículo de la Unidad acercaba a los escolares hacia los colegios del centro. Los fines de semana, la sala de cine nos ofrecía una entretenida película. En el verano teníamos piscina gratis. Y, por supuesto, en la Navidad del Soldado, disfrutábamos de un especial ágape, un flamante juguete y el delicioso pan de pascua.

Entre aquellos pasajes de mi vida, vino a mi mente el año en que la Patria me llamó a mí a prepararme para defenderla: cumplí mi Servicio Militar en él, mi amado Destacamento. Más tarde, quiso el destino que mi hijo tuviera la misma experiencia.

Mi hermano y yo volvimos a casa con un profundo sentimiento de emoción, y al hurgar en nuestras redes sociales descubrimos que existe en Facebook un grupo denominado “Hijos del Guardia Vieja” que trae a nuestra memoria las hermosas vivencias junto al que fuera el glorioso Regimiento de Infantería N° 18 de Los Andes.

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