Tomado del libro de Bernardo Cruz A. (Libre adaptación)
UN CEREBRO ENTRE LA POLVORA.– La sombra de los ahorcados del 5 de diciembre -Traslaviña, Salinas y Hernández-, se proyectaba por los valles de Aconcagua. Era como la sombra del litre que averruga y afiebra. Aquella ejecución valía por cien proclamas.
Santiago Bueras, el alma de la conspiración, recorrió las villas de Aconcagua y aún existe en Curimón la casa con subterráneo en donde los insurgentes se reunían y acumulaban tercerolas y municiones.
Pero sus endanzas fueron al fin interceptadas por los jefes realistas y fue apresado y conducido a Valparaíso, encerrado en el fuerte San José. Sus confidentes y ayudantes tuvieron que extremar la cautela.
Pero la red de espias, correos y oficiales de enlace con el ejército de Cuyo era tan sutil y tan vasta, que sin exagerar puede decirse que toda Aconcagua constituía un anónimo ejército, que cual tela de araña, vibraba al menor soplo del viento mendocino.