Por: Pedro Ávila, Sociólogo
Aunque suene duro y catastrófico, es necesario decir que nuestro país tiene asegurada la delincuencia para varias décadas más. Porque para enfrentarla se necesita que tomemos medidas de fondo y en vez de eso, estamos permanentemente hablando en el debate nacional de la “agenda corta frente a la delincuencia”, sin tomar en cuenta que paralelo a ello, debiéramos plantear un profundo debate acerca de la que se podría denominar como “agenda larga frente a la delincuencia”.
Para comprender la importancia de esta “agenda larga”, debemos hacer el ejercicio de entender nuestra sociedad como un cuerpo humano. Cuando una persona está enferma presenta diferentes síntomas, digamos que mucosidad, dolor de cabeza y molestias en la garganta. Para combatir estos síntomas utilizamos pañuelos, mentholatum o aspirina, por decir algunos.
Cuando una sociedad está enferma, también presenta síntomas aunque en este caso se manifiestan con violencia, drogadicción-alcoholismo y delincuencia. Y estos síntomas son combatidos con carabineros, cámaras de seguridad, PDI, guardias municipales o privados, entre otros mecanismos. Pero todos ellos actúan en función de una delincuencia que ya existe, es decir, no están curando la enfermedad, sino que solo están ocupándose de los síntomas.
De tal modo, son por definición una acción reactiva al problema, y su función no es terminar con la delincuencia, sino que aplacar sus acciones y disminuir el daño que le hacen a la población. Y aunque el sistema pueda encarcelar a cientos o miles (con o sin puerta giratoria), una sociedad enferma continuará produciendo delincuencia de manera sistemática, ya que no está siendo saneada.
El problema medular es sin duda, la falta de educación, la carencia de oportunidades y el entorno de vulnerabilidad y violencia en que viven muchos sujetos desde su nacimiento. Todos problemas enormes que tomará varias décadas solucionar efectivamente. Pero, hay tres formas de avanzar en la agenda larga contra la delincuencia de forma rápida, sectorial y concreta, que no requiere esperar a cambios estructurales de nuestra sociedad:
1. Ocuparnos de los niños y adolescentes abandonados: Un estudio de la fundación San Carlos de Maipo indica que el 47 % de la población penal inicia su carrea delictual a los 13 años. La mitad de los hombres encarcelados pasaron en algún momento por un hogar de menores, y el 86 % de quienes están privados de libertad, no terminaron su educación básica. Es decir, permitimos que niños vulnerables se conviertan en delincuentes, algunos estuvieron en manos de hogares de menores y no se logró reorientarlos, y la gran mayoría desertó de la escuela permitiéndoles dejarla, dándoles vía libre para abrazar la delincuencia como forma de vida.
2. Entregar cuidado y tratamiento a personas con enfermedades mentales graves: Mensualmente, el hospital Psiquiátrico rechaza 150 pacientes agudos que requerían atención, los cuales en muchos casos no tienen redes de apoyo, por lo que son empujados a la vagancia, drogadicción y delincuencia. Existen además estudios que indican una relación inversamente proporcional entre número de camas psiquiátricas y tasa de población carcelaria. (a menor número de camas psiquiátricas, mayor número de reclusos). Debemos entender que en casos como este, invertir en salud pública es la mejor manera de prevenir la delincuencia.
3. Reinserción social efectiva de internos (ex presidiarios): Un estudio de Gendarmería (hizo seguimiento a egresados de la cárcel del 2010 durante 2 años), cifró la reincidencia en un 20,7 %. Debemos avanzar con fuerza hacia la integración de estos reos a la sociedad, desde el apoyo con sus familias, salud y por supuesto incorporación al mercado laboral.
¿Todo esto le suena caro?, sin duda que lo es, pero le recuerdo que el costo de un preso en Chile es de $550.000 pesos mensuales aproximadamente, sin siquiera medir el costo que tiene todo el proceso judicial (detención por parte de carabineros o PDI, fiscalía, tiempo de jueces, abogados públicos etc.) y el costo de un acto delictual puede a veces medirse en dinero ya sea por especies robadas o daños materiales, pero además de lo anterior, si consideramos muerte o traumas permanentes, ya ni siquiera es cuantificable.
En conclusión, sin duda que debemos fortalecer las herramientas y las capacidades de quienes aplacan este “síntoma” llamado delincuencia, pero es imprescindible que vayamos al fondo del asunto y empecemos a preocuparnos de curar los focos que originan estas problemáticas sociales, de lo contrario, estaremos curando con aspirinas, una enfermedad que requiere fuertes antibióticos.