Por:Angel Gutiérrez Gonzalo
“Amar a María, servirla y propagar su culto, fue uno de los fines que San Marcelino Champagnat se propuso al fundar la Congregación de los Hermanos Maristas, el 2 de enero de 1817”. El próximo año 2017, los Maristas celebraremos el bicentenario de la fundación de la Congregación.
La Asunción de María, 15 de agosto, es la fiesta patronal de los Hermanos Maristas. Ella es la primera Superiora, nuestro Recurso Ordinario, nuestra Buena Madre. Ella lo ha hecho todo entre nosotros. El dogma de la Asunción de la Virgen fue declarado por el papa Pío XII el 1º de noviembre de 1950, después de consultar a todos los obispos del mundo, con estas palabras: “Declaramos ser dogma divinamente revelado que la Inmaculada Madre de Dios, terminado el curso de su vida en la tierra, fue llevada en cuerpo y alma a la gloria del cielo”. El dogma es una verdad de fe proclamada por la Iglesia y que todos los católicos creemos.
En la Asunción, apreciados lectores, se nos manifiesta el sentido y el destino del cuerpo santificado por la gracia. En el cuerpo glorioso de María comienza la creación material a tener parte en el cuerpo resucitado de Cristo.
María Asunta es la integridad humana, cuerpo y alma que ahora reina intercediendo por los hombres, peregrinos en la historia: Ya en época temprana, finales del siglo V, surgieron relatos apócrifos, algunos especialmente fantásticos, que describían la asunción de María al cielo. Quiero aclarar, sin embargo, que la fe de la Iglesia no se apoya en ninguna de esas leyendas; es más, no debe apoyarse en ellas porque la asunción no fue un acontecimiento más de la vida de María que pudiera haber sido presenciado por algún cronista. Decir que fue “asunta a la gloria celestial” equivale a decir que, fue “asumida, tomada” por Dios; y esto, obviamente, ocurre “más allá de la historia”.
Quién sepa que el “cielo” de la fe no es el cielo de los astronautas, no caerá en la ingenuidad de imaginar un desplazamiento por los aires. Así, pues, la Iglesia no supo de la asunción de María por el testimonio de la historia, sino por el testimonio de la fe. Jesús al resucitar de entre los muertos, fue a “preparar un lugar” (Jn. 14,2) a quienes “mueren en Cristo” (1 Tes.4, 14). Entre ellos María, modelo del discipulado cristiano, ocupaba necesariamente el primer lugar. Un día disfrutaremos nosotros también de esa dicha.
La asunción de María al lado del Padre nos dice que hay realidades que ya han sucedido. Que no sólo han llegado a Cristo, sino también a nosotros, simples seres humanos. Podemos, pues, tener confianza. El “futuro” no es ninguna utopía. Se ha hecho ya presente en Jesús y en María.
En esta gran fiesta mariana, abramos nuestro corazón para dialogar con la Buena Madre y decirle con mucho amor:
Madre: en el día de la Asunción te dedico todos los momentos que hoy viviré.
Quiero llegar hasta ti para describirte y encontrarme contigo, como eres,
Mujer hermosa y Madre comprensiva,
Madre de la Iglesia y Reina de la Paz.