Carlos V en 1554, concedió a Valdivia privilegio de armas y el título de ciudad muy noble y muy leal. En el escudo precisaba “un rio y una ciudad de plata, que esté asentaba sobre el mismo río, y encima de una torre de la misma ciudad, una bandera blanca con una cruz roja…” Las aguas que pasan frente a la ciudad dan origen al más vasto río navegable de Chile… Se llama Valdivia desde la confluencia del Calle Calle con el Cau Cau, antes de la llegada de los españoles se llamaba Ainil y sus habitantes constituían el Ainilebu. Si la ciudad le debe el nombre al río, con no menor razón le debe su conservación y progreso.
Durante sus buenos tiempos, a fines del siglo XVI era constante la concurrencia simultánea de varias naves que no solo traían hasta ellas las más variadas y ricas manufacturas, sino llevaban de retorno a los más distantes puntos del virreinato sus ricas maderas y productos agrícolas y, sobre todo, el famoso oro de Valdivia.
Valdivia la ciudad de plata por voluntad del su fundador se llamó Santa María Blanca, tuvo su época de oro; y ella fue el siglo XVI .Quiero dejar en claro que yo solo soy un comunicador y por eso quiero revelar cómo se manifestó la independencia en Valdivia con bastante singularidad por la vía de los hechos, por los traspiés del caudillaje imperante en la naciente república, se frustraría pronto con funestos resultados para la patria.
El 1° de noviembre de 1812, en circunstancias que la tropa presentaba armas al gobernador real don Alberto Alejandro. Eagar, que salía de la iglesia acompañado de su séquito, a una orden del comandante general, don Gregorio Henríquez y Santillán (tío de fray Camilo), fue detenido para que renunciara al mando, igual que en Santiago, en una junta de gobierno libremente elegida. Quedó esta precedida por el venerable coronel don Ventura Carvallo y entre sus vocales figuraban dos sacerdotes notables por su patriotismo y distinguidos patricios. Una absurda intriguilla provocó que el gobierno de Santiago, en disputa con el de Concepción, bajo el pretexto de encarrilar al de Valdivia por la misma línea, fomentara una contrarrevolución que, derrocando a la junta patriota, rindiera público testimonio de fidelidad a Santiago. Así se hizo el 16 de marzo de 1812 y sus promotores, al grito de ¡Viva el Rey Fernando Séptimo, Viva la Suprema Regencia Española, Viva el Excelentísimo Señor Presidente de la Capital don José Miguel Carrera y mueran los desleales! Dieron satisfacción a todos sus compromisos, entregando al virrey la cuarta parte de las fuerzas militares de Chile, las mismas que con las de Chiloé derrotarían a O’Higgins en Rancagua restaurando el antiguo régimen por varios años. Después de la reconquista Osorio acordaría acuñar medallas de reconocimiento a la fidelidad valdiviana, mientras su regimiento inscribía en sus banderas el lema “Todo el cuerpo valdiviano peleó en Chile por su soberano”. “Hasta 1820, en que la escuadra chilena bajo el mando de Cochrane tomará a viva fuerza los castillos del puerto, Valdivia permanecerá fiel al rey, escribiendo sus habitantes un interesante y desconocido capítulo de la historia patria”.
Después de aquella fecha, triste pero necesario es reconocerlo, una niebla de decadencia ensombrece el paisaje de Valdivia. Tras los últimos defensores del rey se va para siempre el apetecido real situado, ayuda monetaria anual con que las generosas cajas virreinales financiaban las obras públicas, sueldos militares y toda la economía del gobierno. Con el último gobernador real desaparecería el brillo cortesano de la pequeña capital austral y la independencia que le daba su sujeción directa al virrey se trocaba bruscamente en el anonimato correspondiente a una simple provincia.
El gobierno republicano, embarcado en la costosa empresa de libertad al Perú y agobiado por toda clase de deudas y gastos, no estaba en condiciones de sufragar el lujo del costoso y ahora inútil poderío militar de Valdivia y con su liquidación toda su economía rodaba por los suelos. El cuadro lo completaron los terremotos de 1835 y 1837 que acabaron con los edificios de piedras del antiguo antemural del Pacífico y la ciudad, perdido su movimiento comercial por falta de poder comprador, no vislumbraría un progreso hasta 1850.
Por: Jorge Peña Lucero, Comunicador Popular