Por: Augusto Cavallari Perrin, académico Facultad de Derecho, Universidad Central
Todos los pueblos tienen defectos, el nuestro no es la excepción. Y, como todos los pueblos, suelen tales defectos ser más numerosos o trascendentes de lo que nos atrevemos a aceptar. Entre los defectos que nos caracterizan se encuentra el inextinguible afán de quedar bien. Nos interesa que se diga que los chilenos somos valiosos, estupendos o que somos los mejores en algo.
Las mentiras (o mitos, como lo diría Joaquín Edwards Bello) respecto de nosotros están a la orden del día: que somos solidarios, generosos, buenos para el trabajo, valientes, amigos leales, etc. Y tal parece que las mentiras se han tornado en una extensión de nosotros. Pero sumidos en ellas jamás sabremos realmente quiénes somos, porque preferimos que una mentira hable por nosotros o diga lo que queremos decir.
Según la norma reguladora (Constitución Política de la República) conformamos una República democrática cuyas autoridades representan a la nación. Pero ¿nos representan nuestras autoridades? Incluso, ¿nos representan quienes son candidatos a autoridad?
El domingo 19 de junio hubo primarias para designar (en algunas comunas) candidatos a alcalde, por las dos corrientes que –y esto no pasa de una suposición- monopolizan las tendencias del electorado. Y, como era de esperarse, le interesaron casi a nadie o a muy pocos. Estadísticamente concurrió a sufragar algo más del 5% de los votantes. Entonces, la abstención es superior al 94%. Nuestra sociedad tiene candidatos a autoridad y autoridades que tienen y tendrán cuestionamiento de legitimidad.
La alta abstención en las primarias es la sanción de la comunidad, que no se entusiasma con lo que los candidatos proponen. Las votaciones no diferirán demasiado este panorama. Pero ¿puede estar conforme la comunidad nacional con nuestros representantes? El problema no es solamente la corrupción de un sector importante de ellos. Batallamos mucho para entrar en la OCDE. Las estadísticas que surgen de allí son abrumadoras: estamos de mal en peor con la educación (¿qué pretenden los estudiantes con las protestas y tomas?) en distribución del ingreso, en discriminación, en servicios públicos, etc.
¿Y qué se propone como solución? Por supuesto que nos exijan votar a la fuerza. ¿Y por qué? Porque así se cumplirá el deber cívico. Entonces el cumplimiento del deber justifica el deber. Una anti premisa que alegraría a cualquier dictador o autócrata.
Lo gracioso es que, de este modo, no quedará en evidencia que los candidatos y las autoridades ya electas, desde hace mucho no representan los intereses y afanes de la comunidad. Si las elecciones son voluntarias sabremos quién arrastra votantes y quién no. El resto es y será mera apariencia de respaldo electoral. Si retornamos a las votaciones bajo coacción de sanción nunca sabremos qué candidato realmente convoca. Y digo esto, porque en Valparaíso y en algunas localidades, los votantes sí concurrieron. Los demás no conmovieron a la colectividad. Los candidatos deberían estudiar qué proponen aquellos que sí generaron interés en los votantes.
¿Cuál sería la solución? Que los políticos hagan mejor su labor, que amen a su país más que a las órdenes de partido, que mojen la camiseta en terreno, que se preocupen por favorecer a toda la comunidad que representan y no solamente a sus amigos o partidarios.
Por eso quieren liberarse de esta demoledora sanción del electorado, y volver a la mentira de la obligatoriedad, en la cual todo parecerá (una vez más) que todo va muy bien y que Chile sigue siendo, como siempre, la copia feliz del Edén.