LA FLOR DE LA SOLIDARIDAD

LA FLOR DE LA SOLIDARIDAD

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Por: Hno. Ángel Gutiérrez Gonzalo

Estimados amigos lectores: La solidaridad es una flor de hoja perenne que crece en el jardín del corazón y se regala, la solidaridad siempre es un regalo, a cualquier persona que le venga bien, para colocarla en la sala del ser y de estar de su vida. La flor de la solidaridad, que se da muy bien en este tiempo, adorna las consolas de las casas, las mesillas de los hospitales, la mesa camilla de los ancianos, los sueños rotos de los drogadictos, las tiendas de campaña de los refugiados…

La solidaridad, punta de iceberg de múltiples actitudes y motivaciones personales y colectivas, es la piedra angular del “voluntariado”.

El voluntariado es una manifestación de solidaridad. El voluntariado, como solidaridad, no tiene edad, ni sexo, ni raza, ni religión, ni parentesco.

La solidaridad es un trozo de la propia vida, a veces de la vida entera, que se entrega generosa y desinteresadamente como prueba y prenda de amor a los otros, al necesitado.

La solidaridad es paciente y servicial, no es envidiosa, ni pretenciosa, ni busca su interés; no toma en cuenta el mal, ni se alegra de la injusticia, al contrario, goza entregando su vida por los demás.

La solidaridad es como el amor, todo lo cree; todo lo soporta; todo lo da; todo lo espera. El amor es lo que justifica y salva a las personas y al mundo.

El Papa San Juan Pablo II nos pide que profundicemos en forma especial la caridad en su doble faceta de amor a Dios y a los hermanos.

El amor a Dios y el amor al prójimo van siempre de la mano. Jesús lo dirá, refiriéndose a esa unidad de ÉL, con el que sufre: “Tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber…” (Mt., 25,31-46).

Hoy día la caridad se manifiesta, se expresa, en la solidaridad con los pobres y marginados, y con todas las personas que sufren en general.

Nuestros Obispos dicen: “El rostro de Jesucristo viviente clama en el dolor y el abandono de muchos humanos nuestros que hoy en Chile viven marginados, postergados y maltratados debido principalmente a nuestro egoísmo y que tienen derecho a esperar en nuestro amor.

La solidaridad surge, pues, como la expresión directa del amor a Dios en nuestros hermanos. Esta implica contacto y cercanía, donación de sí mismo a los demás, con la cual nos realizamos y damos sentido a nuestras vidas. Como decía son Alberto Hurtado, cuya fiesta celebramos el viernes 18 de agosto, “el que se da, crece”.

“El gran corazón del Padre Hurtado nos deja este imperativo llamado: nuestro deber social. El católico tiene una misión social que cumplir. El tomar conciencia de las exigencias sociales del cristianismo es dar a nuestra fe su expresión plena y perfecta”.

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