Por: Mabel Muñoz, , gerente General Ombuds Chile
Nuestro mundo nació de la violencia. La historia de nuestro planeta nos enseña que una colisión poderosa puede cambiarlo todo, puede exterminar dinosaurios y también puede crear vida. Por décadas los científicos han tratado de predecir los efectos de la violencia natural; pero cuando se trata de prevenir un conflicto humano, es fundamental poner atención a las alertas y síntomas que observamos cotidianamente.
Algunos expertos advirtieron los riesgos de una crisis del neoliberalismo como lo conocemos: servicios domiciliarios privatizados, colusión de empresas, excesiva diferencia salarial entre la clase política y los trabajadores que perciben bajas remuneraciones, corrupción policial, precariedad laboral, educativa y de salud. Llegado el aumento de la tarifa del transporte público, el conflicto fue incapaz de dominarse a sí mismo. Las emociones individuales contenidas en la experiencia cotidiana de la frustración, la injusticia, la inseguridad, la inequidad, la inmoralidad, la pérdida de confianza se coordinaron en el tiempo y el espacio en una manifestación colectiva de desagravio profundo.
La situación presente muestra que cuando un gobierno intenta resolver los conflictos desde la competencia con su pueblo, se establecen fuerzas que pugnan por la victoria. No olvidemos que el deber de las autoridades estatales es el servicio a la población que constituye su nación; en consecuencia, cuando las comunidades ven mermados sus derechos humanos de manera reiterada, bajo promesas incumplidas, y experimentando cotidianamente desigualdades sin explicaciones, nos evoca reflexionar sobre las obligaciones constitucionales del Estado, tanto a nivel de sus poderes, como de la población. Las grandes garantías constitucionales de la población fueron agraviadas en la fase previa al conflicto; y continúan siendo vulneradas en la gestión del conflicto social efervescente, bajo una lógica de fuerzas en disputa, donde las personas y sus familias han recibido tratos como de enemigos de la Nación. En escenarios competitivos como éste, el conflicto se da por saldado cuando una de las partes se enardece como ganador, sin embargo, en esta competencia no hubo reglas acordadas entre los contendientes, mucho menos aclarado el punto respecto de las condiciones de quién se convierte en ganador. Mientras, desde la ciudadanía surgen voces que niegan la idea de una guerra en Chile, con el deseo de enfriar las emociones de ira que rondan y evitar un resultado excesivamente violento.
Puesto que no hay sutileza ni buenos modales en la forma como fue compuesto nuestro planeta, cada uno de nosotros posee la potencialidad de vivir en conflicto. Para abordar crisis como la que vivimos en Chile y con esta complejidad temática, es fundamental recordar que somos hijos de la violencia, pero que tenemos la potencialidad de construir la paz; asimismo necesitamos comprender la motivación y el malestar de los individuos para resolver los conflictos en la medida que aparecen, de modo justo y razonable, y no luchando entre nosotros, mostrando un comportamiento desbordado de emociones que nos llevan a la destrucción. Recuperemos la capacidad de diálogo y empatía.