Por René León Gallardo, Historiador e Hijo Ilustre de Los Andes. (Alocución en sesión de Rotary Club de Los Andes de homenaje al 226º aniversario de la Villa Santa Rosa de Los Andes)
Cuarta y Ultima Parte.
Fray Manuel Camus, todavía ocupaba el puesto de preceptor de primeras letras en la escuela de la Villa de Santa Rosa de los Andes, al ingresar a la población los efectivos derrotados del ejército patriota que marchaban camino al exilio en tierras cuyanas, luego de la derrota de Rancagua, en octubre 1814.
El siguiente maestro que conocemos que se desempeñó en este establecimiento, fue Domingo Faustino Sarmiento, en 1831, hasta su exoneración por parte del Gobernador de Los Andes, don José Tomás de la Fuente y Santelices. ¿Habrá sido Sarmiento el continuador de la obra de Camus?¿Qué otros maestros hubo en dicha escuela? Sus nombres merecen ser investigados y descubiertos para recordarlos como los pioneros de una de las más nobles y fundamentales profesiones que un ser humano puede ejercer: la de maestro.
Este es capítulo importante de nuestra vivencia local en torno al origen de la función educativa, cuya investigación debe continuarse para construir la Historia de la Educación en la Villa de Santa Rosa de los Andes.
Los nombres de esos primeros maestros, debieran dar nombre a igual cantidad de calles de esta ciudad, para rendirles un justo y permanente homenaje a su entrega por la educación de la niñez andina.
Estimadas autoridades, señoras y señores, amigos todos. Las dificultades que, la educación debió vencer en sus primeros tiempos en nuestra naciente villa, deben motivarnos a que, con los profesionales y medios actuales, los resultados de la formación de nuestros hijos, en especial, de aquellos más desposeídos, debe ser cada día mejor a objeto de que los habitantes de nuestro país y de nuestra ciudad, sean cada día más felices, cultos y con oportunidades superiores en la vida, por la vía de una educación integral impartida por profesionales motivados, bien formados e idóneos que transmitan valores, modales y conocimiento también por la vía del ejemplo, que dispongan de los medios y de los establecimientos dignos y adecuados para la difusión del conocimiento.
La gran Gabriela Mistral, maestra por excelencia cuyo saber y calidad, los andinos disfrutamos por seis años, decía en parte de su Oración de la Maestra:
¡Señor! Tú que enseñaste, perdona que yo enseñe; que lleve el nombre de maestra, que Tú llevaste por la Tierra.
Dame el amor único de mi escuela; que ni la quemadura de la belleza sea capaz de robarle mi ternura de todos los instantes.
Maestro, hazme perdurable el fervor y pasajero el desencanto. Arranca de mí este impuro deseo de justicia que aún me turba, la protesta que sube de mí cuando me hieren. No me duela la incomprensión ni me entristezca el olvido de las que enseñé.
Dame el ser más madre que las madres, para poder amar y defender como ellas lo que no es carne de mis carnes. Alcance a hacer de una de mis niñas mi verso perfecto y a dejarte en ella clavada mi más penetrante melodía para cuando mis labios no canten más.
Muéstrame posible tu Evangelio en mi tiempo, para que no renuncie a la batalla de cada hora por él.
Pon en mi escuela democrática el resplandor que se cernía sobre tu corro de niños descalzos.
Las palabras de la más grande de nuestras poetisas y maestras, son cada día más vigentes. Permanentemente, debieran estar en la mente de todos. En la medida que, todos los andinos y los chilenos, en general, hagamos carne y verdad, la importancia de la educación, el derecho de los seres humanos a recibirla no importando su status económico, seremos seres felices, satisfechos de haber facilitado a nuestros prójimos, el acceso a una educación digna, de calidad tanto en valores como en conocimientos que les posibilite un futuro, un desarrollo y una vida mejores.
Gracias, estimadas amigas y amigos, por su atención.