Por: José Ramón Toro Poblete, profesor Liceo Max Salas Marchán.
Vivimos en la cultura del desecho. Casi todo es renovable. Peligrosamente nos hemos ido acostumbrando a ello, asunto de graves consecuencias debido a la economía de libre mercado y, al consumismo en los que estamos atrapados.
Así y todo, aún quedan realidades y recursos que no son renovables. El tiempo es uno de ellos, no es renovable y, de allí se desprende su extremo valor, llegándose decir: ¡El tiempo vale Oro!. ¡Es precioso! (no tiene precio)
Ahora bien, sabemos que los atrasos en la hora de llegada a un trabajo se castigan. El atraso a una cita es una descortesía suma. Un atraso, en ocasiones, no significa mucho (aparentemente) pero, en otras ocasiones significa perder un bus, un avión, la hora de una cita médica, pagar altos intereses o multas.
Cuando una persona tiene clara conciencia de la importancia y trascendencia de una gestión o trámite, se preocupará de llegar a tiempo y tomará todas las medidas del caso (previendo incluso los tacos en el tránsito e incluso un accidente en la carretera).
Para entendernos bien, la puntualidad es el cuidado y atención que uno pone en hacer algo, o en llegar a tiempo a un lugar y, en el tiempo acordado.
Cuando la “hora o tiempo de llegada” es muy importante, hablamos de “hora inglesa”, por ejemplo y, quienes leyeron alguna vez la novela de Julio Verne “La vuelta al mundo en ochenta días”, recordarán a un personaje que siempre andaba con su reloj en el bolsillo.
Es evidente que nuestra cultura no respeta los plazos y tiempos acordados demostrando una clara falta de respeto e indiferencia a la palabra acordada y, en segundo lugar; falta de respeto contra la dignidad y “tiempo” de la otra persona. Más grave es aún, cuando hay una institución o una institucionalidad en juego.
Todos sabemos por dolorosa experiencia que, el no dar aviso a tiempo una alerta de Tsunami, generó una tragedia en muchas familias. Aquí, el valor de la puntualidad (tiempo preciso y oportuno) tiene, sin lugar a dudas, una tremenda connotación social.
La puntualidad, permite hacer que la convivencia familiar, la convivencia laboral y social sea agradable y feliz. ¡Claro!, teniendo presente los principios éticos y morales de responsabilidad, disciplina y respeto por el otro. Esto supone y exige la puntualidad.
Una de las grandes fatalidades de nuestra sociedad, es jugar con una medida tan pequeña (el tiempo), arriesgando grandes cosas. No es solo falta de responsabilidad, sino que es una tremenda imprudencia.
¡Jugar con el tiempo es cosa seria!
El minuto no es, es y, ya fue.
Así es el tiempo y, absurdo es jugar y arriesgar tanto con una medida que no es, es y ya fue. Tan es así, que hemos escuchado testimonios de padres, ante la tragedia de un hijo que dicen: ¡lo descuidé solo un minuto! Y, ese minuto fue el trágico.
Se podría entender la falta de puntualidad o atraso en un adolescente porque se está formando, está madurando frente a una exigente disciplina. Se podría.
Pero, ¿se puede entender el atraso de un adulto que deja todo para último momento u hora? ¿Qué varios adultos caigan en el mismo error? ¿Dejar todo para última hora? ¿En adultos que debieran ser referentes de la máxima responsabilidad cual es la puntualidad?
El Servel, está dando una luz. Ojalá que no la apaguen y, los atrasados asuman su responsabilidad. Es un asunto de Ética Política, para que la débil y enferma credibilidad en los políticos vuelva a sentarse dignamente en nuestro espíritu republicano.
Que sea feliz.