Por: Hno. Ángel Gutiérrez Gonzalo
Quiero iniciar la reflexión de hoy con las palabras escritas por San Agustín:
“No puedo pasar por alto los sentimientos que mi alma tiene ansias de manifestar; se refieren a aquella sierva tuya que me alumbró en la carne a la luz temporal y que me parió en el corazón para nacer a la vida eterna”
(L IX,8).
Estremecido mi amor filial con estas expresiones del Santo por su madre, y recordando a mi madre, la madre buena, deseo, con algunos símbolos, rendir un homenaje a la madre cuyo día celebramos el miércoles 10 de mayo.
Madre es un huerto regado por arroyos de abnegación y paciencia,
es un jardín florecido, muy cuidado con flores de mil formas y colores siempre abiertas.
Madre es fuente con agua
tan cristalina que no hay hijo sediento que no se acerque a beber.
Madre es abanico de seda,
que alibia cuando abrasa el fuerte calor del estío y tiene en cada varilla escritos muchos requiebros de amor por sus hijos conocidos.
Madre es un rayo de luna
que cada noche nos besa y deshace nubecillas que, a lo largo de los días,
se presentan muchas veces.
Madre es el gozo del hogar que llena la casa entera,
nunca se agota en el dar, con su sonrisa espolea a no dejarse vencer
por los miedos que nos cercan.
Madre es una mano extendida que acoge,
sostiene, levanta, señala, acaricia…
Madre es un camino sencillo tan gastado por sus pasos,
que lo pueden transitar sin herirse, niños, adultos, ancianos.
En él no hay tropiezos, todo es llano.
Madre es un puente seguro
por donde pasan sus hijos y es almena elevada en tiempo de peligro.
Madre es centinela de amor que en lontananza vigila,
es barca para cruzar sin temor hasta la orilla,
es brújula de navegar y es sol de mediodía.
Madre es todo eso y mucho más…
Sigue, amigo lector, completando la lista. Ciertamente gozarás, y si tienes la dicha de tener a tu madre a tu lado, dile despacio y suavemente:
“La que ha sido alguna vez madre, nunca dejará de serlo,
es don que no se desgasta, se enriquece con el tiempo”.
¡Madre, te quiero mucho!