Por: Eugenio Astudillo Leal
Derivado del latín “preservare”, preservar significa cuidar, amparar, proteger, o defender algo con anticipación, intentando conservar su estado de un daño o peligro, con el objeto de evitar un eventual perjuicio o deterioro.
En la consecución de los objetivos de este verbo transitivo, desde hace tiempo se han iniciado y perfeccionado varias acciones tendientes a preservar la salud mundial, el medio ambiente, la paz mundial; entendida como una forma de evitar conflictos bélicos entre países, y también varias políticas y normas que favorezcan al existencia humana y animal.
En nuestro país, también, en este último tiempo, se están formulando varias acciones en diferentes niveles sociales de la comunidad, a fin de preservar el agua de consumo, de regadíos y de uso industrial, con el ya casi tardío objetivo de preparar a los habitantes nacionales, de eventuales próximos años de sequía que afecten a nuestro territorio.
En todos los medios de comunicaciones nacionales es normal enterarse hoy, de campañas anti corona virus, de no dejar corriendo el agua potable, de regar pastos, árboles y jardines con racionalidad, y reutilizar algunas aguas servidas de higiene general y personal. Acciones que cuentan con el apoyo de todos; en diferentes grados, pero que al fin, todos están tomando consciencia sobre lo que es el arte de practicar acciones de preservar.
Pero, lo más importante de lo que se nos llama a preservar hoy, es el poco cuidado que ponemos en crear acciones de protecciones reales destinadas a los verdaderos protegidos finales de todas las preservaciones que se están haciendo en nuestro país;
NOSOTROS, LOS CHILENOS
Tuve la suerte de salir algunos días a ciudades del norte chico del país, y me encontré que para nosotros los humanos, nada se ha hecho efectivo para preservar la paz, la tranquilidad y el destierro del gran temor que se ha creado en la ciudadanía desde el mes de Octubre pasado. Recorrí ciudades y pueblos con grandes congestiones de tránsito en sus calles principales producto de la destrucción de todos sus semáforos, en donde, además, no habían cajeros automáticos, no funcionaban sus supermercado, y en donde también, al igual que nuestra ciudad, grandes latones protegen las vitrinas de sus comercios y oficinas de empresas.
A todo lo anterior se debe agregar que varios centro de ciudades que ante fueron orgullos nacionales por su arte, estatuas, y arquitectura, hoy muestran los signos de esta preguerra fratricida a la que grupos insensatos nos quieren llevar, destruyendo no solo la convivencia necesaria en un país civilizado, sino que también, instituciones, edificios y otras modernidades alcanzadas con el esfuerzo y sacrificio de muchos, para el bienestar de todos.
Entonces ¿para qué más campañas de preservaciones de todo el entorno natural, si nosotros mismos nos estamos suicidando de otra manera? No seamos simplistas o despistados. Antes que nada debemos preservar nuestra civilización, nuestra convivencia nacional, nuestros valores patrios, el respeto a lo ya establecido; que también se puede mejorar, pero todo en la racionalidad que se nos dio como seres humanos. Hoy más que nunca debemos preservar la PAZ, (así con mayúscula), para que desde entonces, con organización, armonía y tranquilidad preservemos todo lo demás. No es posible preservar otras cosas, si nosotros mismos, por actitudes indeferentes nos queremos destruir.