Por: Ps. Felipe Briones, Colegio Claudio Gay
El dolor es prácticamente inherente al ser humano. Debemos como cuidadores, papás o mamás, preparar a los niños para los dolores de la vida y no pretender híper esforzarnos por evitables las experiencias dolorosas, sabemos que tarde o temprano llegaran a pesar del esfuerzo que hagamos para protegerlos.
Muchas veces ocurre, que te encuentras empecinado en proteger de la adversidad a tus hijos, y es lógico, el instinto protector y de supervivencia familiar se sobrepone frente a cualquier experiencia venidera que identifiquemos como negativa. Pero muchas veces, esa protección es excesiva e inadecuada, descontextualizada, sobre exagerada a la situación que se enfrenta. Lo anterior, cuando se trata de niños, suele estar relacionada con la reducción capacidad de exploración, un bajo desarrollo de habilidades para afrontar experiencias nuevas y dificultades a futuro para sobre ponerse a la adversidad.
Niños pulcros excesivamente, intocables por la tierra, el barro, con ausencia de rodillas peladas y manos pegajosas, frágiles físicamente y emocionalmente, miedosos e inseguros: suelen ser el resultado de un contexto donde los extremos se tocan. Donde la sobre protección, termina por desproteger al niño ante las situaciones de conflicto que se traducen en dolor. Niños de departamento les llamo yo.
Nos guste o no, existe algo que podemos dar por sentado: los niños vivirán experiencias dolorosas en todas sus formas desde los primeros días de vida, hasta los últimos respiros. Tendrán sus primeras experiencias junto a sus cuidadores, después en la escuela, ni hablar de la adolescencia donde naturalmente se produce una explosión de cambios a ratos llenos de conflictos, la pareja, los padres, el trabajo y así en un continuum de personas y situaciones que nos llevarán al borde de nuestras habilidades, poniendo a prueba nuestras capacidades para resistir a la adversidad.
Hoy sabemos que los primeros años de vida, son vitales, cuando se trata de construir habilidades para afrontar los problemas, y que el rol de los padres, cuidadores y profesores, la familia en general es crucial. El acompañamiento por parte del adulto frente a situaciones conflicto o dolorosas más que la evitación de estas, es sin duda la manera adecuada de educar para la adversidad. Todos necesitamos de un apoyo siempre, lo que no significa que se nos coarte la experiencia en un extremo híper protegiéndonos, o se nos abandone a la espera de una falsa autonomía en otro.
Por eso, mejor entreguemos herramientas para afrontar el dolor y enseñemos gestionarlo a partir de la experiencia misma llena de aprendizaje, con un soporte cálido y lleno de amor y respeto. Después de todo, el dolor nos recuerda que aún estamos vivos y conectados al mundo.
Hay un dicho budista que dice:
«Mas vale usar pantuflas, que alfombrar el mundo».