Por: Hno. Ángel Gutiérrez Gonzalo
El mes de María me brinda la oportunidad para hablar de la mujer más humana y más divina que ha existido sobre la tierra, MARIA, “Nuestra Buena Madre”.
Referirse a María significa tanto como sobrecogerse, anonadarse y hacer pie en los posos de la propia impotencia. Por tal motivo, me acerco a Ella tímidamente, temerosamente, cautelosamente…, andando de puntillas.
Apoyado en una afirmación del Evangelio (“la boca habla de lo que abunda en el corazón”), quiero pensar que el de María quedó perfectamente retratado en sus palabras. Ella habló poco, pero lo suficiente. En contadas ocasiones, pero en las precisas.
La escasez de sus intervenciones se vio compensada, y con creces, por su oportunidad.
Si Jesús, colgado de la cruz, pronunció “las siete palabras” que quedarían acuñadas para la posteridad, María pegada siempre a la voluntad del Padre, abrió la boca tan solo en cuatro ocasiones. En los cuatro momentos en que creyó necesario hablar. Son exactamente, “Las cuatro palabras de María”.
Primera Palabra:
“Aquí está la esclava del Señor que se cumpla en mí lo que has dicho”.
Disponibilidad: cheque en blanco para Dios. Sin condiciones.
Sin descuentos. Sin exigencias. Ella es la esclava del Señor.
Segunda Palabra:
“Mi alma proclama la grandeza del Señor.
Él se ha fijado en la pequeñez de su sierva”.
Tercera Palabra:
“Hijo, ¿Por qué te has portado así con nosotros?
¡No sabes con qué angustia te buscamos tu padre y yo”.
Ternura de María. Delicadeza en la represión.
Preocupación maternal. Dulzura. Respeto sumo. Amor casi infinito.
Cuarta Palabra:
“Hijo, no tienen vino… haced lo que Él os diga”.
Sensibilidad ante los problemas ajenos. Observación del entorno.
Corazón volcado a las necesidades del prójimo. Familiaridad y confianza con Jesús. Intermediaria entre su Hijo y los hombres. Madre de Él y de ellos.
En definitiva… Madre.
Este es, queridos amigos lectores, el Sermón de “Las cuatro palabras de María”. Su contenido. Escueto y preciso. Disponibilidad ante el Padre, humildad sincera, preocupación por su Hijo y preocupación por nosotros. Así sonaron sus “Cuatro palabras”.
Lo demás fueron silencios. Silencios profundos y largos. Silencios e incógnitas que Ella guardaba muy dentro de su corazón y que luego, en clave de Dios, meditaba. Sigamos honrando a María en su Mes y con amor digamos:
¡Virgen María, Madre del Señor, danos tu silencio y paz para escuchar su voz!