Por: Lidia Ramos Casanova
Perdemos un hombre excepcional, por orden de sus superiores se traslada a Longotoma nuestro cura (porque ha curado nuestras almas), nuestro sacerdote: el padre Gerardo Herrera Castillo nominado hace un tiempo «ANDINO DESTACADO».
Hoy perdemos al padre, el amigo que nos cobijó a todos por igual, abrió sus brazos al inmigrante, acogió a la hermana moribunda en su casa, es el que ha bañado al indigente regalándole sus porpias ropas, él levantó el funcionamiento del comedor para la gente de calle, es el sacerdote que se preocupó de todas las capillas, desde el templo parroquial hasta Río Blanco, visitó periódicamente a los enfermos en el hospital, derramó su amor al adulto mayor y no solo eso: fue carpintero, pintor y jardinero de un gusto novedoso y exquisito para adornar el templo.
Siempre atendió los trabajos propios de la comunidad: cursos, preparación de ceremonias, etc.
Llegó… solito… ningún hermano superior nos lo presentó, en tiempos muy álgidos y tristes para nuestra comunidad, con una humildad impresionante y con muy pocos asistentes a sus misas que presidía. Poco a poco se ganó el corazón de todos.
Un día por cosas del destino estaba yo en las oficinas de La Asunción; había bautizos; alguien le comunicó del hombre tirado a las afueras del templo. Terminada la ceremonia con los atuendos aún de celebrante salió. El hombre embriagado hasta orinarse, con sus ropas sucias estaba a pleno sol, con los mocos que no le debajan respirar. Me apresuré a las peluquerías aledañas para conseguir papel desechable, mientras el Padre le hablaba.Cuando llegúe ya lo había rehabilitado, al parecer no era la primera vez.
Así con olor a oveja como dice, el Santo Padre, con olor a redil por todos nosotros se nos va el Padre Garardo a Longotoma, lugar hermoso, en que seguramente el Espíritu Santo sabe que allí necesitan un sacerdote como él.
A nosotros la comunidad nos queda su valioso ejemplo, aprovecho la oportunidad para dar la bienvenida al Padre Omar.