Sr. Director:
Culturas como los selk’nam, los lituche-araucanos, los dihuitas y los mapuches, vivieron en relación armoniosa con el paisaje y el espíritu de la tierra. Fueron los hijos de la tierra –de la sagrada matria-patria– a la cual pertenecieron, conocieron y veneraron. Algo de esto también fue preservado en el antiguo pueblo chileno –fusión de los godos y los “hombres de la tierra”– quienes amaron al país de la estrella solitaria, de las cumbres andinas, de los campos de flores y árboles de ensueño. Eso fue Chile.
Hoy, como resultado de la imposición del programa del globalismo basado en el interés del dinero, la usura y la banca, y todo el astuto discurso sobre el “multiculturalismo”, inmigración, el “progreso” y un sinfín de reiterativas argucias y falacias, aquél Chile de los “hombres de la tierra” enfrenta su destino final. La situación actual ya la preveía el doctor Nicolás Palacios al referirse a la figura del mercader: “No es la felicidad del pueblo su incremento numérico, su progreso moral y político lo que preocupa al inmigrante mercader; ni lo desvelan la seguridad presente ni el provenir de la nación en que se hospeda. No ve una sociedad, un pueblo organizado moral y políticamente en el país en que se especula, sólo ve sus riquezas explotables, y su sola preocupación es la de apropiárselas con el menor sacrificio de su parte. La idea de nación está reemplazada por ellos por la de un territorio más o menos rico, más o menos poblado; sus habitantes son factores de producción y de consumo, e instrumentos vivos de explotación, a los cuales creen justo y lógico reemplazar por otros más apropiados a su intento, si los indígenas no les convienen”.
Rafael Videla Eissmann