Por: José Ramón Toro P., profesor Liceo Max Salas Marchán
Todos hemos tenido la experiencia del silencio. Se busca, se anhela, asusta, aplasta, hiere, edifica, ilumina, calma….
Para iluminar esta experiencia se podría decir que el silencio sirve para ordenar nuestras expresiones y manifestaciones externas, equilibrando las palabras con los gestos y, por otro lado; siendo signo de acogida y de escucha se puede asociar al campo de la razón, para bien pensar u ordenar los pensamientos, los sentimientos y pasiones.
Vivimos en una sociedad de los impulsos, así la defino, donde cada impulso, es un minuto, son horas transcurridas que pierden su presencia en la memoria inmediata quedando, irremisiblemente, envueltas en el olvido.
Ya es parte de ese olvido la Semana Santa recién pasada. El hombre tiene, ahora, otras preocupaciones. Ya dejó tranquila su conciencia y comió pescado y marisco un Viernes Santo. ¡Cumplió con Dios! (algo es algo ¿no cree Ud.?)
Y, ahora la Iglesia Cristiana Católica, vive el tiempo de Espera o ADVIENTO
El Silencio de una Madre: ¡María!
En los momentos de gozo, en los momentos de triunfo o éxito y en los momentos difíciles y dolorosos de Jesús, Ella, guardó silencio.
Su silencio no fue aprobador, ni menos tuvo características de complicidad con los verdugos de su Hijo. No se le podría tildar de tímida, ni que tenía poco aprecio por la suerte de su Hijo. ¡Que silencio más extraño!
No es cosa fácil comprender este tipo de silencio. Ni habría que buscar su razón en algo romántico ni lastimero.
Habrá que recurrir a lo que San Lucas, en el Evangelio, expresa de María, ella, “guardaba todo en su corazón”. ¿Qué era ese todo?.
Las palabras, las miradas, los gestos, la intimidad más profunda de Jesús (grande privilegio por ningún humano logrado), lo más secreto de la voluntad de Dios, realidad que la convertía en una mujer “llena de gracia”.
Ante ésta profunda realidad, el silencio de María, no era un silencio cualquiera. Ella ordenaba lo que sucedía, ordenaba sus pensamientos, sus sentimientos iluminados por la Palabra de Dios, su Hijo, todo lo que había guardado en su corazón…..
En esos momentos de silencio, tal vez, logró entender todo. ¡Sí! Su silencio hizo posible mantener unidos a los espantados y asustados discípulos reunidos.
Su silencio la revestía de dignidad, de una plena y magna dignidad humana.
¿Sabe usted que me impresiona el largo silencio de Jesús en la cruz? ¡Fueron horas de silencio que se vieron interrumpidas por sus breves palabras antes de morir. Y, en este silencio de Jesús, me impresiona el silencio de su madre; respetuoso, fiel, sigiloso, humilde.
Su silencio se convertiría en una gran Cátedra para los muchos místicos.
Pero, más aún, me impresiona el silencio que mantuvo después que Jesús Resucitó.
Su silencio no le quitó espacio a Jesús. ¡Todos hablaban de Jesús!
Su silencio no le quitó protagonismo a Dios. ¡Todos hablaban del poder de Dios!… nadie hablaba de la madre del resucitado…
Su silencio no desautorizó a Pedro ni a los apóstoles. ¡Dejó espacio para que ellos hablaran y luego anunciaran que Jesús había resucitado!
El silencio de esta madre siempre dejó espacio y lugar a la Palabra que en ella se encarnó. Ella no era la importante ¡Era la Palabra que ella llevó en su vientre!, por ello, me atrevo decir, que su silencio fue evangelizador.
El silencio de esta madre no fue fatídico ni lastimero, fue y sigue siendo una gran cátedra de la oración, del encuentro y adoración de nuestro Salvador.
Hoy, también, hay muchas madres que guardan silencio. Un silencio que no consiente ni aprueba sino que respeta la debilidad de un hijo, un silencio respetuoso y digno ante los dolores provocados por un hijo.
¡Muchas madres guardan silencio! Silencio que espera un renacer, un cambio positivo en un hijo extraviado en la violencia, en un vicio, en la flojera, en las pasiones. Ese silencio condena, juzga pero anima, perdona y levanta a un hijo,
El silencio de una Madre purifica el corazón porque la fortalece en el sufrimiento, le permite comprender y amar sin condiciones.
¡Los silencios de una madre son sabios! ¡Muy sabios!
Habrá que aprender a escuchar el silencio de una madre para alcanzar sabiduría.
Y, no puedo callar que, Ella, me acompañó en silencio mis seis días de UCI luchando por vivir en una clínica en Santiago. ¡Su silencio me permitió escuchar a Jesús, quien por cuarta vez me regala la vida!
Que sea feliz.