Por: Hno. Ángel Gutiérrez Gonzalo
Los Maristas nacimos al pie de un altar de la Virgen. Por eso quiso Marcelino “bautizarnos” con el nombre de la Madre: Hermanos de María, que eso significa Maristas. Ella es, con Jesús y después de Él, el constante punto de referencia de nuestras vidas.
Marcelino Champagnat amaba entrañablemente a María. Toda su vida, toda su obra, es un canto a la Madre. “Ella lo ha hecho todo entre nosotros”, repetía con mucha frecuencia.
Leyendo las cartas del Padre Champagnat he descubierto que una de las características de su espiritualidad, es su tierna devoción a María, asimilada en el regazo materno y cultivada a lo largo de su vida.
En carta al obispo marista Monseñor Pompallier, fechada el 27 de mayo de 1838, le escribe lo siguiente: “María, sí, sólo María es nuestra prosperidad: sin María no somos nada y con María lo tenemos todo, porque María tiene siempre a su adorable hijo entre sus brazos o en su corazón”.
De tal manera la devoción a María condiciona su vida que: María lo es todo en ella: su “Recurso ordinario”, su “Buena Madre”, “Primera Superiora” de su obra, su “Modelo” a quien imitar.
¿Qué es María para usted, estimado lector? ¿Qué ha significado y qué significa María en su vida? ¿Qué indicadores revelan el amor que tiene a María?… Profundas preguntas para reflexionar en este mes del Rosario.
Las numerosas prácticas en honor de María, que estableció en la Congregación, son expresión de su filial confianza en la Buena Madre. He aquí algunas que los Hermanos, fieles al Fundador, realizamos para honrar a María y merecer su protección:
• En la mañana, temprano, consagramos el día entero a María con el canto de la Salve Regina. En la noche, finalizamos el día con un cántico Mariano.
• Diariamente rezamos el rosario en comunidad, el oficio de la Virgen y otras preces marianas.
• El sábado lo dedicamos de modo especial a honrar a María.
• Celebramos las fiestas de María con santa alegría y respeto, amor y gratitud filiales.
• El Padre Champagnat nos pide que “amemos a María y la hagamos amar”, que asimilemos su espíritu e imitemos su humildad, modestia, fuerza y amor a Jesucristo.
• Que llevemos siempre con nosotros el rosario y el escapulario. El trato amoroso que Marcelino da permanentemente a la Virgen, muestra a las claras que hizo en su vida la experiencia de María.
Al final de su vida exclamaba con alegría y satisfacción:
“Ella lo ha hecho todo entre nosotros”.