Por: Hno. Angel Gutiérrez Gonzalo
Marcelino Champagnat, desde joven, demostró su capacidad de iniciativa y previsión. Siendo adolescente, deseaba labrarse un porvenir como granjero y se interesó activamente por la crianza y venta de corderos. Una vez que escuchó la llamada de Dios, trasladó ese entusiasmo y energía a la preparación de su misión como sacerdote.
Cercano a la gente de su región. Y advirtiendo su desventaja ante un mundo que cambiaba, Marcelino se atrevió a imaginar otras posibilidades más allá de lo que contemplaban los responsables de la Iglesia y los gobernantes de su tiempo. Su empeño y dinamismo le llevaron a reunir seguidores para fundar una nueva comunidad religiosa a los seis meses de su ordenación como sacerdote. El origen de este vigor apostólico era su inagotable confianza en Dios y en María.
La clave de su éxito como líder residía en su habilidad para relacionarse y comunicarse con los demás. Su personalidad y su proyecto atraían a los jóvenes, y tenía el don de extraer de ellos las mejores cualidades para que se conviertan en embajadores de su obra.
Marcelino demostró ser un educador experto de la juventud, como puede apreciarse en su acierto al convertir jóvenes, que aspiraban a ser Hermanos con muy poca formación, en buenos maestros y educadores religiosos. Con ellos elaboró y perfeccionó un sistema de valores educativos tomando como modelo a María, la sierva de Dios y educadora de Jesús de Nazaret. De la misma manera demostró espíritu emprendedor al incorporar a la enseñanza los métodos pedagógicos más efectivos de su tiempo.
Marcelino manifestó un interés personal por cada uno de sus jóvenes hermanos, les guiaba espiritualmente, les animaba a prepararse adecuadamente, y les confiaba responsabilidades apostólicas. Elaboró un sistema de formación permanente que incluía tanto teoría como experiencia práctica y que se basaba en la comunidad. Estableció un sistema similar para la formación de responsables, especialmente los directores de las escuelas, en áreas como la administración, la contabilidad, el ejercicio de la corresponsabilidad, la relación con los otros hermanos, y el trabajo en equipo.
Durante los cincuenta y un años de su vida, Marcelino trabajó, consumiendo sus fuerzas hasta el agotamiento, para afianzar su familia religiosa de educadores. Vivió la experiencia de la Cruz con innumerables decepciones, dificultades y obstáculos, pero mantuvo firme su esperanza y su ideal. Cuando murió, el 6 de junio de 1840, esta familia contaba con 290 hermanos distribuidos en 48 escuelas primarias.
El Hermano Francisco, su sucesor, y los primeros Hermanos continuaron su obra con entusiasmo. Con espíritu de fe y celo apostólico similares, sus sucesores la han extendido a los cinco continentes estando presentes en 82 países, educando a 650.000 niños y jóvenes. Nosotros, Hermanos (3.150) y laicos (72.000), como educadores maristas compartimos y continuamos el sueño de Marcelino, de transformar las vidas y la situación de los jóvenes, particularmente los menos favorecidos, ofreciéndoles una educación completa, humana y espiritual, basada en el amor personal, por cada uno de ellos.
Preparémonos para celebrar solemnemente como familia marista, el 2017, el bicentenario de la fundación de nuestra Congregación por San Marcelino Champagnat.