MARÍA REINA DEL ADVIENTO

MARÍA REINA DEL ADVIENTO

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Por: Hno. Ángel Gutiérrez Gonzalo

El domingo pasado iniciamos el Adviento y el Año Litúgico. El Adviento, apreciados lectores, nos invita a dirigir el ánimo hacia un porvenir que se aproxima y se hace cercano, pero todavía está por llegar. Es tiempo de vivir la fe como esperanza y expectación. Es momento prolongado de sentir a Dios como futuro absoluto del hombre.

En Adviento reavivamos la admirable espera y anticipamos mistéricamente el porvenir. Preparamos el camino para acelerar la llegada de una humanidad adulta, transida del Espíritu de Dios y reconciliada con el mundo transformado. Pero siempre es necesario volver la mirada y el corazón al largo Adviento de la Biblia, para aprender cómo se ha vivido la esperanza y se han vuelto los ojos hacia el cielo buscando a Dios. Dios no abandona al hombre en su orfandad, después de la caída de Adán. El Hijo es el enviado, el designado por el Padre para hacer presente la salvación en un incansable derroche de amor. Será hombre y nacerá del tronco de Jesé.

En Jesé, padre de David, tendrán cumplimiento las palabras del profeta Jeremías: “Mirad que llegan los días en que se cumplirá la promesa que hice a la casa de Israel y a la casa de Judá…” y seguirá una sinfonía dinástica de ascendientes de Jesús según la carne hasta llegar a María, el sublime e imprescindible eslabón que asume la Promesa con la máxima sencillez: “Hágase en mi según tu palabra”. Por eso María es la Reina del Adviento, porque en la larga noche de la espera resplandeció como verdadera estrella de la mañana.

La Virgen del Adviento es la Madre de la esperanza, la sierva de su Señor, que al ver el esplendor de su belleza se complació en ella para prepararse en la tierra una digna y purísima morada.

En el Adviento destaca la solemnidad en que la Iglesia celebra, el 8 de diciembre, la Inmaculada Concepción de María, que es la preparación radical a la venida del Salvador.

La Virgen fue llena de gracia, Dios la preservó de toda mancha de pecado desde el primer instante de su concepción, la llenó de los dones del Espíritu Santo y la rodeó de su amor incansable.

La Virgen del Adviento es modelo de la espera de la Iglesia, que está vigilante en la oración y jubilosa en la alabanza, para salir al encuentro del Salvador que viene. En María la espera se hace presencia, pues es la tienda del Verbo, el templo del Altísimo y el Arca de la Nueva Alianza.

María esperaba…

María esperaba porque era pobre…

sólo los pobres esperan,

sólo los pobres miran más allá,

sólo los pobres añoran el cielo estrellado,

sólo los pobres levantan sus manos,

sólo los pobres esperan que otro los llene…

¡María, enséñanos a esperar como tú esperanste!

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