Por: José Ramón Toro Poblete, profesor Liceo Max Salas Marchán.
Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento, dan una valiosa información sobre las prácticas funerarias del pueblo judío. Los textos bíblicos, dan especial importancia en que no se debe dejar ningún cadáver sin sepultar (Ezequiel 39,12, Deuteronomio 21,23 y Salmo 79). Difícil es imaginar, según cuenta Flavio Josefo, historiador judío, lo que significó para el pueblo judío que, en la revolución del año 60 dC, los romanos hayan castigado duramente al pueblo judío y a “los revoltosos” en no permitirles sepultar a sus muertos por varios días. Escándalo y grandes lamentaciones vivieron ellos, lo que expresa la importancia que el pueblo hebreo le daba a la sepultación de sus seres queridos.
El relato sobre la sepultura de Jesús en el Evangelio es breve. San Juan dice que fue sepultado “según es costumbre sepultar entre los judíos” y, ¿cómo lo hacían? Los ritos funerarios comenzaban primero, llamando al Rabbí, luego a una sociedad judía de entierro sagrado que debía realizar la purificación del cuerpo, lavándolo y vertiendo agua sobre éste. Después de cerrarle los ojos y la boca se le peinaba la barba y los cabellos, después se le ungía (en el caso de un varón). Por último se le ponía una túnica blanca de lino. También se aromatizaba la tumba con mirra y áloe, a menudo los aromas eran esparcidos por dentro y por encima de la mortaja. (Nosotros también tenemos nuestro propio ritual y Ley Sanitaria)
Nadie pone en duda que este ritual se debió aplicar, sin lugar a dudas, a María Virgen la Madre de Jesús cuando ella hubo muerto pues, no era inmortal y debía pasar por la muerte para gozar de la resurrección.
El próximo lunes 15 de agosto, los cristianos católicos celebramos la solemnidad, de la Asunción de María Virgen, proclamada como Dogma por el Papa Pío XII el 1° de noviembre del año 1950, ante la certeza y evidencia de no haber un lugar físico donde haya sido sepultada por las primeras comunidades cristianas, el cuerpo de la madre de Jesús cumpliendo obligatoriamente con todas las prescripciones que les obligaba la Ley judía.
Y contemplo esta fiesta más allá del fenómeno físico, con los ojos del alma de todo creyente, con una mirada de fe. Por ello le invito contemple a ¡Un Dios A-gra-de-ci-do! ¿Lo había pensado así? ¡Veamos!
Le invito contemplar a Dios Padre, agradecido de María porque, ella, creyó en la propuesta que le hizo saber (por medio del ángel Gabriel) sobre su Plan de Salvación para con la humanidad. Agradecido porque, ella, acogió su Palabra Eterna y Poderosa.
Le invito contemplar a Dios Hijo, agradecido de María porque, ella, le enseñó a caminar, sentir, comunicarse, hablar, leer… Porque le enseñó todo lo bueno que una madre enseña a un hijo… le enseñó los secretos de la humanidad toda, en el silencio de Nazareth.
Le invito contemplar a Dios Espíritu Santo, agradecido de María porque, le acogió y permitió descendiese sobre ella para que Jesús fuese engendrado, en su pequeñísima mismisidad de mujer, habiéndose reducido, el Inmenso e Infinito, a la máxima expresión de lo finito y pequeñez inimaginable: es el milagro de la Encarnación de Jesús en María.
No busque un cuerpo de mujer subiendo al cielo, busque – en su corazón – a este Dios trino:
Padre, Hijo y Espíritu Santo que, en su inmenso amor, es capaz de agradecer. ¡Agradecer! a una criatura humana y, en ella, a todos nosotros. ¡Por eso se la llevó en cuerpo y alma!
Responda la pregunta: ¿Usted cree que, Dios Padre, tiene la infinita capacidad de agradecer al hombre que acepta a su Hijo en su vida?..
Doy fe pública que sí, que es verdad. ¡Dios agradece!
Un padre o madre que hace un regalo a un hijo y comprueba que, este hijo, acepta y cuida ese regalo, termina agradeciendo al hijo que cuida el regalo. ¡Es así! Y, si Dios nos ha dado el regalo de la vida, de la alegría, del don del consejo, de la inteligencia, del amor, de la vida eterna, de la fe y tantos más…. ¿no se mostrará agradecido de nosotros, por cuidar y trabajar bien estos regalos?
Nuestro Dios es Amor, no es descortés. Por lo tanto cabe en Él el ser agradecido de usted.
Entonces, le pregunto derechamente: ¿Por qué cosas, piensa usted que, Dios está agradecido de usted?.
Lo más terrible y doloroso para un creyente es, no ser capaz de escuchar las ¡Gracias! de Dios. Y, para ilustrar más aún, le recuerdo las palabras de Jesús (refiriéndose a los pobres): “Cada vez que le hagas algo a estos más pequeños… ¡A mí me lo haces!”
Si alguna vez ha compartido el pan con un mendigo o ha visitado un enfermo, o ha abrigado a un pobre y, éste le ha dado las gracias. Quién le ha agradecido?: ¿Sólo el mendigo? ¿Solo el enfermo? ¿Solo el pobre?…….acaso ¿no es Dios mismo quien, por boca de ellos; le dice a usted: ¡Gracias!?
Que María Virgen, la llena de gracia, le ayude a escuchar el ¡Muchas Gracias! de Dios.
Que sea feliz