Por; Rodrigo Durán Guzmán
Para nadie es un misterio que Chile se ha convertido en el lugar escogido por venezolanos, haitianos, colombianos, ecuatorianos, bolivianos y peruanos como uno de los destinos predilectos en la búsqueda del denominado «sueño sudamericano». Y es que, a pesar de lo malos que han sido estos 4 años de gobierno, lo cierto es que los sólidos cimientos institucionales de nuestra nación nos posicionan en mucho mejor pie que el resto de los países en la región. Sin ir más lejos, y sólo comparativamente con Venezuela, Bolivia y Ecuardor (todos bajo regímenes de izquierda) Chile se presenta como el oasis en medio del desierto.
Sin embargo, y valorando esta libertad de mezclarse y vincularse, es necesario también comenzar a definir criterios y parámetros que resguarden la integridad, los espacios y el desarrollo de las chilenas y chilenos quienes, ciertamente, han visto a ratos mermadas sus opciones, por ejemplo laborales, debido a los migrantes que están dispuestos a aceptar cualquier trabajo, a cualquier remuneración y bajo cualquier condición. Quienes llegan a nuestras tierras deben también entender que son ellos quienes deben adaptarse a nuestra realidad y entorno, no al revés. Por ende el respeto a lo nacional, a nuestra cultura e identidad debe primar.
El tema de la migración será parte de la discusión social en los próximos años. ¿Qué tipo de sociedad estamos construyendo? ¿Dónde y cómo queremos vivir? ¿Cómo vamos a establecer criterios de inclusión que no desfavorezcan ni dejen en la indefensión a nuestros connacionales? Son sólo algunos de los temas que se tomarán la agenda de un Chile que progresa, que avanza, que se vuelve atractivo como tierra fértil de oportunidades pero que, no debemos olvidar nunca, la solidaridad, las mejoras y las condiciones favorables para alcanzar la realización tanto colectiva como individual comienza, ciertamente, por casa.