Señor director:
«En reciente carta a un medio de la capital a la cual titula “El Arte está de duelo”, Monseñor Gonzalo Bravo, Obispo de San Felipe se refiere a la muerte del malabarista Francisco en las calles de Panguipulli y, aunque con rodeos, termina condenando al carabinero y calificando lo sucedido como un asesinato. El profesor José Joaquín Ugarte, de vuelta, puso las cosas en su lugar y le recuerda a Monseñor la calificación de legítima defensa que ha recibido el accionar del carabinero.
Posteriormente, Monseñor vuelve a escribir en el mismo medio y pide que no se le mal interprete, porque él condena la violencia “venga de donde venga”. Con el debido respeto a Monseñor, creo en primer lugar que corresponde diferenciar la fuerza subversiva de aquella propia de la sociedad organizada a través de sus instituciones de Fuerzas Armadas y Policía para preservar la paz social y el orden de justicia. Pero, también corresponde preguntar cuál fue la reacción de Monseñor a la infinidad de manifestaciones de violencia de que hemos sido víctima tanto el país como nosotros, sus habitantes. Hace ya un año y medio que la violencia se nos ha vuelto una compañera inseparable ¿Qué dijo Monseñor, cuando fue destruido un medio de transporte como el Metro de Santiago, o cuando fueron saqueados, destruidos o incendiados comercios, supermercados, hoteles provocando la cesantía de más de 300.000 personas? ¿O cuando fueron quemadas dos iglesias y una multitud de capillas? ¿Qué ha dicho de cara a la violencia que azota a La Araucanía y que en las últimas semanas ha provocado la muerte del Cabo 2° Eugenio Nain, del inspector Luis Morales y del agricultor Orwald Casanova? Fueron muchas las oportunidades que tuvo Monseñor Bravo para condenar la violencia, pero no se le escuchó palabra alguna. ¿Cómo creerle ahora?
Termina sus reflexiones proclamando “Pienso que todos quienes vivimos en nuestro país debemos preguntarnos qué debemos cambiar para que la sociedad actual, violenta, fracturada y, a veces, desinteresada, no sucumba como “masa arrastrada por las fuerzas dominantes” (Evangelii gaudium, 220)”. Es cierto que hemos de hacernos estas preguntas y es bueno que la Iglesia nos lo recuerde, pero ¿qué enseñanzas nos trasmite la Iglesia para ayudar a responder esas preguntas? ¿Cómo, por ejemplo, puede condenarse la violencia sin decir, de entrada, una palabra acerca del crimen cotidiano que se comete en Chile a través del aborto y que ahora se piensa masificar aún más? ¿O cómo se puede pedir mejores condiciones salariales cuando no se ha dicho una palabra de cara a la destrucción de empresas y de infraestructura productiva del país? ¿Cómo se puede pedir mejor status para la juventud sin decir una palabra previa acerca de la destrucción de la familia que se ha impuesto en Chile?
Fue avanzando respuestas a estas preguntas y a muchas otras más que la Iglesia, durante siglos, fiel a su misión de ser Madre y Maestra de la humanidad, se constituyó en el fundamento de nuestra cultura y de nuestra civilización ¡cuánta falta nos hace hoy ese magisterio! ¡Cuánta falta nos hacen Obispos que lo renueven hoy entre nosotros!
Gonzalo Ibáñez Santamaría