I Por: Franco Contreras.
A la mañana siguiente todos se reunirían para asistir a una de las expresiones de la sociedad más simples, pero a la vez más complejas, dependiendo del contexto, pues asistir a una marcha en muchas ocasiones ha transitado desde la simpleza de una demanda, hacia a la conmemoración de un fatídico desenlace.
Amanece. El desayuno es una apología al postmodernismo, la luz ingresa por la ventana y el paisaje invita a la contemplación desde la comodidad de mi cuarto, no hay nada afuera que pueda brindarme este placer; pero se siente un vacío, una pieza no está en su lugar. Me visto, salgo y la brisa golpea mi rostro como queriendo despertar mis sentidos, bajo las escaleras y me acerco a la muchedumbre. Están decididos, muestran convicción, quieren creer y yo también, siento que compartimos la visión de un mejor futuro para todos.
La ira que surge luego de vernos avasallados, olvidados y traicionados nos aglutina y marchamos. Sigo la columna tras una arenga femenina que viaja por el aire en delicadas y brillantes burbujas, como metáfora de suavidad y formas que se estrellan contra nuestros tímpanos rompiendo en clamor que viaja desde nuestro oído como eco de liberad, como grito de lucha contra la opresión histórica y machista que nos ahoga en la decadencia de un poder acéfalo que nos obliga a financiar la discriminación.
Veo alrededor y los rostros son signo de rabia. Desazón e impotencia se encuentran ahí, donde diariamente el caucho babosea el asfalto, donde dejo caer su helado, donde atropellaron al malas juntas del “perro julio”, donde los angustiados no saben si cruzar o arrojarse. La música y canticos ayudan a la catarsis, miramos desde la calle la vereda y nos inunda un proceso de resiliencia que despierta sonrisas en nosotros a cada paso, contentos de estar ahí, no nos conocemos, pero sabemos que podemos creer y no estamos solos, miramos el cielo emocionados. Quizá estoy alucinando, pero es real, una mujer nos saluda desde lo alto de un edificio.
Tambores y más arengas, todo toma forma de discurso a una cuadra del edificio del Congreso, observo hacia atrás y la vista no alcanza a ver la última bandera ni el último lienzo, pero si la nitidez de bailes, juegos y niños aprendiendo a ser ciudadanos.