Por: Hno. Ángel Gutiérrez Gonzalo
He venido para que tengan vida y vida en abundancia”. (Jn.10,10)
Mes de noviembre, 29 días para pensar en la vida y un día para pensar en la muerte, en los muertos. La muerte, tremendo problema, misterio insondable e incomprensible. En todos los tiempos y en todos los pueblos, la muerte ha sido y es la pregunta e interrogante principal y fundamental.
¿Por qué tengo que morir? ¿Cuándo y cómo moriré? Y después de la muerte, ¿qué pasará?
Vida y muerte, dos posturas contrarias. Dos modos inquietantes del hombre. Y junto a esos dos polos, otras preguntas fuertes y decisivas que tienen relación con ellas. ¿Por qué el dolor y el sufrimiento? ¿Por qué no soy lo que quisiera ser?
Todos queremos ser alguien y vivir. Pero ¿dónde y en quién encontramos la vida? ¿Cómo vencer el miedo a la muerte? Yo pienso que estas son dos preguntas claves, cuya respuesta sólo puede dármela, la fe en el Señor Jesús. “Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mi, aunque muera, vivirá.” (Jn. 11,24).
Ciertamente que en Cristo encontramos la luz y la claridad que necesitamos para encontrarle explicación satisfactoria a todo este problema de la vida y de la muerte. Sólo Jesús es capaz de decirnos quiénes somos, de dónde venimos y para qué estamos en esta vida. Además Él nos da la clave para encontrar un sentido profundo al vivir y al morir. Vivir es ponerse en paz con el Señor y con los demás. Es tener actitud de servicio y amor a los hermanos; disposición de entrega y pensar siempre en los demás. Y eso es la fuente de alegría y del vivir del hombre.
Jeesús ha resucitado para llevarnos al encuentro del Padre. Y es esta fe en la resurrección de jesús la que nos da el sentido pleno de vivir. Y gracias a esta vida que experimentamos en Jesús, tenemos la capacidad para amar, para servir, para alegrarnos y estar abiertos a la esperanza de un mañana mejor.
La muerte es así, vida y semilla de esperanza y fuente de eternidad. Vivimos en Cristo y morimos con Él para encontrarnos con Él. Jesús se fue delante para prepararnos un lugar y venir a nuestro encuentro y acercarnos a Dios Padre. De ahí que San Pablo va a repetir varias veces: “para mi la muerte, el morir, es una ganancia”, porque es la posibilidad del encuentro con el Señor.
Por eso morir en Cristo es vivir para siempre.