NUESTRA VOCACIÓN CRISTIANA

NUESTRA VOCACIÓN CRISTIANA

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Por: Hno. Ángel Gutiérrez Gonzalo

Apreciados lectores: Hoy les invito a detenerse un momento y pensar en nuestra dignidad de cristianos.

San Pablo en la segunda carta a los cristianos de Corinto dice lo siguiente: “Todos nosotros a cara descubierta reflejamos la gloria del Señor como en un espejo” (2 Cor. 3,18).

Recordemos con alegría y agradecimiento que nuestra vocación cristiana es pasar la vida reflejando la imagen del Señor. Somos espejos de Dios y los santos lo son de un modo especial.

Ser espejos de la Gloria del Señor es una elección exigente que tiene que desembocar en un compromiso explícito.

Debemos ser reverberos de su bondad, de su amor, de su ternura, de su fidelidad y esparcir sus destellos a los demás. También son espejos de Dios todos los hombres en los que refulgen con distinta intensidad diferentes rasgos del Señor.

¿Con qué delicadeza me acerco a esos espejos que me rodean y son despertadores radiantes para hacerme mejor? ¿Cómo recibo y acojo su mensaje?

Hoy vamos a dar gracias a nuestro Padre Dios porque ha multiplicado en la tierra con profusión esos espejos.

¡Qué variedad tan grande! Todos son despertadores, aunque sin voz, que reclaman nuestra atención.

Unos son espejitos de mano, pequeños, que nos muestran más cercanos los gestos de su amor. Están con nosotros, los encuentro en mi camino desde el alba hasta que se oculta el sol.

Hay otros espejos grandes, de cuerpo entero, que me ofrecen ampliados los rasgos del Señor. Entre ellos destaco a los santos que supieron expandir fielmente los rasgos divinos, que todavía a lo largo de los siglos refulgen con nitidez. ¿Sabré aprovecharme de ellos?

Pidamos al Señor que pula el cristal de nuestras vidas, que no permita que se empañen, ni se rayen para que puedan reflejar, siempre, con claridad las huellas de Dios, su presencia, su mansedumbre, su pureza, su generosidad, su ternura, su amor.

Ser espejo de la gloria de Dios es un regalo, es una vocación, pero a la vez es una tarea que compromete la vida, y de este trabajo nadie puede eximirnos: ni la edad, ni la profesión, ni la enfermedad…

Nada puede impedir que reflejemos a Dios en toda ocasión y que los otros puedan descubrirle en nosotros sin tener que emplear lupas de aumento, que agranden los diminutos rasgos reflejados en nuestros espejos personales por estar desvaídos o poco claros.

Nunca olvidemos que los cristianos somos: “Espejos de Dios”

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