Por: Jorge Peña, director de la Escuela de Nutrición y Dietética U. Central
El último informe de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y Agricultura (FAO) sobre la seguridad alimentaria y nutricional en América Latina y El Caribe, situó a las mujeres chilenas a la cabeza en el índice de obesidad en Sudamérica. Así, se reveló que 31% de la población femenina nacional sobre los 18 años es obesa. Es decir, tres de cada diez mujeres chilenas se encuentran en esta situación de malnutrición por exceso.
Entre las causas de este triste liderazgo está el consumo de productos con alto contenido en grasa, azúcar y sal. Además, en el caso de las mujeres se agrega el componente de desigualdad de género, donde factores biológicos, económicos y culturales pueden limitar su acceso a alimentos saludables o hacerlas más sedentarias debido a largas rutinas laborales.
Si bien, a nivel de políticas públicas –con la Ley de Etiquetado de Alimentos y el Programa Elige Vivir Sano- se está buscando revertir estas alarmantes cifras, lo cierto que se trata de un proceso de largo aliento, cuyos primeros impactos se verán en cuatro o cinco años.
Incentivar la alimentación saludable, prefiriendo frutas y verduras frescas de la estación, así como la compra en ferias libres, para un acceso precio-calidad justo, es una de las medidas en este sentido. El llamado es a evitar alimentos ultraprocesados y la comida rápida, aprender a cocinar adecuadamente y ajustar el tamaño de los platos, de manera de no caer en excesos y volver a las comidas tradicionales y caseras.
Junto con modificar nuestra alimentación a un estilo similar a la dieta mediterránea, se está trabajando para incentivar la actividad física en familia. Inclusive, el caminar puede significar una importante diferencia. Recordar que los seres humanos estamos diseñados para estar de pie y en movimiento, no frente a un computador, manejando o frente al televisor.
No olvidemos que el problema de sobrepeso y obesidad no es sólo un asunto estético, sino que una preocupación de Salud Pública. Las consecuencias de estas condiciones de salud son graves y se plasman, en lo inmediato, en el mayor desarrollo de enfermedades crónicas no transmisibles, como la diabetes mellitus tipo 2, hipertensión arterial, cáncer y afecciones cardiovasculares, de alta prevalencia en nuestro país.