Por: José Ramón Toro Poblete, profesor Liceo Max Salas Marchán
Durante cuatro años, en silencio y mal vista, Gabriela hizo clases en el Liceo de Niñas, donde actualmente está el Círculo Italiano en nuestra ciudad.
Su grandeza de maestra, nace de su profundidad, silencio y oración.
Comparto, con usted, trazos de esta oración escrita y sentida, por Gabriela, como homenaje a los tantos maestros de nuestra ciudad y país.
“¡Señor! Tú que enseñaste, perdona que yo enseñe;
que lleve el nombre de maestra, que Tú llevaste por la Tierra.
Dame el amor único de mi escuela; que ni la quemadura de la belleza
sea capaz de robarle mi ternura de todos los instantes.
Maestro, hazme perdurable el fervor y pasajero el desencanto.
Arranca de mí este impuro deseo de justicia que aún me turba,
la mezquina insinuación de protesta que sube de mí cuando me hieren.
No me duela la incomprensión ni me entristezca el olvido de las que enseñé.
Dame el ser más madre que las madres, para poder amar y defender
como ellas lo que no es carne de mis carnes.
Dame que alcance a hacer de una de mis niñas mi verso perfecto y,
Dejarte, en ella, clavada mi más penetrante melodía,
para cuando mis labios no canten más.
Muéstrame posible tu Evangelio en mi tiempo,
para que no renuncie a la batalla de cada día y de cada hora por él.
Hazme fuerte, aun en mi desvalimiento de mujer, y de mujer pobre;
hazme despreciadora de todo poder que no sea puro,
de toda presión que no sea la de tu voluntad ardiente sobre mi vida.
¡Amigo, acompáñame! ¡Sostenme!
Cuando mi doctrina sea más casta y más quemante mi verdad,
me quedaré sin los mundanos;
pero Tú me oprimirás entonces contra tu corazón,
Él que supo harto de soledad y desamparo.
Dame sencillez y dame profundidad;
Líbrame de ser complicada o banal en mi lección cotidiana.
Que no lleve a mi mesa de trabajo mis pequeños afanes materiales,
mis mezquinos dolores de cada hora.
Haz que haga de espíritu mi escuela de ladrillos….”
Que sea feliz