Por: José Alberto López Álvarez, profesor de Castellano-Magíster
Sé que no es una simple utopía, ni una burbuja del corazón; más bien es un ancla sumergida en las aguas de la nostalgia. Y aquí está y me envuelve cuan hálito infinito. Nada tiene que ver con la pasión, ni con el sexo; va más allá de las contingencias y es una especie de aprehensión del arquetipo de la belleza. Es el presentimiento de lo etéreo, lo atemporal y sé que existe. Por esto dirijo estas palabras a una desconocida.
“No sé tu nombre. Puedes llamarte con cualquier nombre porque en ti palpitan todos los nombres de mujer. Sin embargo, para estas palabras que te dirijo desde mi corazón te llamaré Katherine, porque este nombre significa “la que es pura, la inmaculada, la sin mancha”. Así te siento. No sé tampoco donde estés o vivas. Puedes que estés en la ventana mirando la calle empedrada de un pueblo olvidado, o sentada frente a un mall de una gran metrópolis de cualquier país del mundo, esperando un no sé qué. Sólo sé que estás pensativa, mirando a la nada, esperando al igual que yo, algo inefable. O puede que seas algo puro del sol o estés escondida en lo recóndito de mi alma. No lo sé, sólo sé que existes.
Debo decirte, Katherine, que soy un extraño entre la muchedumbre; mis ansias de paz y de belleza hacen de mi espíritu un habitante forastero del mundo y su tumulto. Me asfixia la turba que befa. Debo decirte que por esto me refugio en el fulgor de las estrellas y mi afán es leer aquello que sienten y escriben los poetas; comprendo que son melancólicos, pero son sensaciones las de ellos tan simples, tan hermosas, tan profundas; no sé por qué pero me recuerdan a ti.
¿Será posible, Katherine, que un día vivamos en la tierra con paz y hermosura, disfrutando plenamente de la eternidad de cada instante? ¿Será posible que en vez de discordia, de las guerras físicas y sicológicas de los grandes poderes del mundo que amenazan a la humanidad como aullidos de lobos feroces en la noche, podamos vivir en paz, perfeccionándonos como almas, aspirando el aire perfumado por flores de praderas tan hermosas como tú? Y si en esta fiebre, en esta locura humana…todo acaba, ¿qué será entonces, Katherine, de tu cabellera despeinada por el viento, de tu voz transparente y melodiosa cuan arpegio de arpa, de tus ojos que contemplan y buscan? ¿Y qué será de mí, ya sin verte en cada flor, en cada ocaso, en cada cuerpo de mujer, en cada gesto de buena voluntad, en cada ternura, en cada filantropía? ¿Qué será de esta llama ya moribunda de melancolía? Katherine, Katherine… te amo más allá de las cosas y así de libre en mi alma, te ofrezco mi amor; acéptalo. Es puro, no podrá herirte porque es el sumo salido del crisol de las dificultades.
¿Sabes Katherine? Esta noche solitaria de verano está cuajada de estrellas y te escribo. Escucho con paz y con un dejo de añoranza los acordes de Claro de Luna de Debussy. Me invitan a la contemplación, a sentir la magia nocturna y a soñar contigo. No sé por qué pero no me siento solo. Mi puerta está a medio cerrar y por ella penetra la luz de la luna… quizás, tal vez…en cualquier momento puedas aparecer”.