Por: @Rodrigosolo
El palo al gato es a lo queremos darle todos. Un gong preciso, como un full de ases, la jugada perfecta.
Unos se encomiendan. No es mi caso, por cierto. Eso sí que estoy en una dieta precisa de buen karma, porque pasando la pandemia me lanzo. Pondré, que sea, una cruz de palqui en la puerta con esa lana roja.
Es que en algún momento debo darle el palo al gato, achuntarle con una novelita en un concurso europeo y agregarle a mi cuenta unos cuarenta o quinientos mil euros. Pero ahí comenzarían mis problemas. Esto de andar al tres y al cuatro, estirando la maldita linea de sobregiro, juntando todos los vueltos, evitando el despilfarro, es un estado igual confortable, al menos lo conozco.
Por estos día he escrito harto, hasta me compré una máquina de escribir Olimpia Sm3 con un tecleo delicioso. Leí que García Márquez tuvo uno Smith Corona eléctrica. Busqué en todos los portales una similar (por si habría suerte al menos por tener la misma herramienta).
Cada uno igual intenta el batacazo que nos permita salir de las cuatro alamedas. Seguro alguno por ahí debe estar componiendo una canción que será himno más adelante, quién sabe cuándo. Si hay algún deportista debe pensar lo mismo, o un emprendedor que tiene un nuevo producto, o un empresario de esos grandes.
Sin jugar golf, porque es juego de pitucos, supongo que el palo al gato es como pegarle a una pelotita de lleno con ese swing propio de un profesional y avanzar del hoyo diecisiete al hoyo dieciocho.
Pero, y toda historia tiene un pero, llegar a la cima del Everest, obtener la gloria literaria en mi caso, el reventarse de la cuenta corriente en ceros, debe ser atroz. Llegar a una meta de repente, encontrártela a boca de jarro debe ser, al menos, terrible, frustrante.
¿Qué hago luego? ¿Buscar ser campeón de brisca? Una lata: lo entretenido está siempre en el camino, el proceso de algo.
Lograrlo, uf, mejor no.
La fama es efímera, por lo demás.
