PATAGONÍA PERFUMADA A GLACIARES, LAGOS Y RÍOS

PATAGONÍA PERFUMADA A GLACIARES, LAGOS Y RÍOS

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Tercera etapa de la gira interminable.

Por: Rosendo González Reyes

Entre bosques que perfuman hasta el alma y las prístinas aguas que purifican hasta el pensamiento, continúa nuestro expediente inconcluso de nuestra gira de estudios, iniciada por el lejano año de 1974, cuando aún éramos unos pequeños vagabundos de recreos, en nuestro querido Liceo Maximiliano Salas Marchán. Así es, ignorando el reloj, el calendario y la docena de lustros que llevamos a cuestas, nos propusimos llegar hasta el glaciar Exploradores en la lustrosa Patagonia chilena; quizá, para acariciar el cielo y escuchar el murmullo imponente de los montes.

Fue una durísima jornada; 7 horas de dura travesía, acompañada por la incesante lluvia, los perfumados bosques y una desgastante morrena, para llegar, al fin, a dejar plasmadas nuestras huellas en el milenario hielo transparente, como pensamiento de niño. Cuando el agotamiento amenazaba con ganar la batalla, el calor de nuestra amistad era la nutriente que nos hacía continuar por aquellos caminos hostiles. Nos visitaba en nuestra memoria, la energía, tantas veces gastada en pretéritos recreos y que, en esos momentos y entre inmensos peñascos, amenazaba con abandonarnos en cada paso que incrustábamos nuestros crampones en el hielo, sin embargo, seguimos, seguimos tan sólidos como nuestra amistad sostenida por mil cadenas manadas del alma. El paisaje que habitó en nuestros ojos fue simplemente enternecedor, estremecedor y entrañable. Difícil describir tan bondadosa belleza, tan sorprendente como aquella que nos sacudió nuestros sentidos, en la Catedrales de Mármol, que son acariciadas por las aguas esmeraldas del Lago General Carrera o, como la confluencia de los ríos Baker y Neff, por allá, en las cercanías de Cochrane. En las postrimerías, un día lustroso, dedicado a navegar en kayak en el lecho del río Palos y degustar el famoso asado patagón de cordero.

Es cierto, todo nuestro viaje, estuvo plasmado de incomparables paisajes, sin embargo, lo principal, son aquellos más de 50 años de sólida amistad que hemos sostenido en nuestros corazones; maciza amistad nacida cuando éramos pequeños aventureros de juegos y cuadernos; amistad que, en definitiva, aún se sostiene firme en el reloj eterno del compañerismo.

Hoy, ya de vuelta en nuestra ciudad, seguiremos en esta hermandad que no conoce olvido, seguiremos jurando con la mirada, nuestra fiel amistad, pariendo sonrisas y amasando complicidades. Nuestro agradecimiento eterno, a quien fue nuestro querido anfitrión en esas tierras patagónicas, nuestro querido Raúl Oyarzún, quien desparramó todo su entusiasmo, para que todo saliera tan hermoso.

Somos, los que no nos hemos ido, los que no tienen adiós, los que no tienen despedida; porque el afecto y el amor, es inmortal.

 

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