Por: Antonio de Pedro Marquina
Se entiende del libertino y del libertinaje en general, cuando el hombre hace un mal uso de su libertad, impropio de su dignidad de hijo de Dios. La libertad llevada al extremo hace imposible una convivencia pacífica. El abuso de libertad limita o anula la de los demás, lo que es injusto, causa desórdenes sociales, y pone en peligro la seguridad y la paz. La libertad es un don, no un derecho. No es ni una cosa, ni una capacidad propia del ser humano, sino, como la inteligencia y la voluntad, un don divino. Un don para hacer el bien. Si hace el mal está la justicia humana para frenarlo, y la divina para juzgarlo, a su tiempo.
Este don de la misericordia de Dios hace al hombre capaz de actuar bien, y a la vez, le responsabiliza de sus actos. Por tanto, libertad y responsabilidad, son sinónimos e inseparables.
Ya sabemos que todo hombre es pecador, es decir, inclinado al mal, como herencia del pecado original cometido por nuestros primeros padres, Adán y Eva. Sin la Redención de Cristo, seguiríamos teniendo a Satanás por padre y a Dios como enemigo. Por tanto, estaríamos, todos, condenados. Dios, conociendo que Adán y Eva, pecaron por seducción de Satanás, más que por malicia, ha querido rescatarnos, y ha supeditado nuestra salvación a nuestra voluntad. Si no fuésemos libres seríamos marionetas. El hombre solo tiene dos opciones: o actúa por amor de Dios, o rechaza a Dios y se complace sometiéndose a los instintos y pasiones de su naturaleza corrompida por el pecado. No hay término medio.
Vivimos tiempos de un laicismo acomodaticio que propicia un relativismo irracional, porque irracional es creer que la verdad, que solo es una, es una cosa subjetiva, supeditada al gusto o conveniencia de cada uno. Sería, como aceptar que nada es verdad, ni mentira, que cada cual podría actuar según su saber y entender, y además, impunemente. Sobraría la justicia. El mundo sería inhabitable, la selva. Si falla la salud del cuerpo, enseguida va al médico espontáneamente, o le obligan. Sin embargo, el alma es tan importante, o más. Y tan importante, que de ella depende la suerte del cuerpo, porque, alma y cuerpo son inseparables, o se salvan juntos o se condenan juntos. ¿Por qué fallamos tanto? Porque el cristiano, como pecador, sabe que sostenerse en la fe no esa tarea fácil. Es más fácil y más cómodo vivir a sus anchas, como paganos, pero, tiene sus riesgos, porque hay un Juicio final que afecta a todos por igual, creyentes o no creyentes, con resultado, conviene no olvidarlo, de: cielo, purgatorio, o infierno.
Ante los hombres está la vida y la muerte; lo que prefiera cada cual, se le dará. ( Eccli 15, 14-18)”
La decisión es de cada cual, las consecuencias, también.