Por Jesús Domingo Martínez
Al igual que un atleta va aumentando su rendimiento con los hábitos adquiridos en el entrenamiento diario, hasta ser capaz de batir un record, así ocurre con la persona que quiere adquirir una virtud: necesita ejercitarse.
Para Carlos Llano, en la sociedad actual no existe crisis de valores, sino pérdida de virtudes. Es necesario dar prioridad a los valores positivos, pero es aún más importante tener la convicción y voluntad de llevarlos a la práctica para generar virtudes. No son los conceptos los que engendran virtudes, porque una transformación hacia un mayor desarrollo compete a las personas reales.
Educar es, esencialmente, educar en virtudes. Desde Sócrates sabemos que las virtudes no se pueden enseñar; no se transmiten como los conocimientos, por medio de la instrucción, sino que se descubren y contagian como por ósmosis, en ambientes formativos y en encuentros con personas íntegras que son modelos de identificación.
López Quintás señala que los valores no nos arrastran, sino que nos atraen; se ofrecen a nuestra inteligencia y nuestra libertad, y esperan a que los acojamos de manera activa para proyectar nuestra vida.
Los educadores somos acercadores de valores; acercamos a los educandos focos de irradiación de valores. El mismo autor pone un ejemplo que resumo: una madre consiguió que un hijo reticente le diera limosna a un mendigo desaliñado que llamaba a la puerta de casa. Lo que buscaba no era sólo hacer un acto de caridad, sino también que el niño se aproximara a un área de irradiación del valor piedad.