Por: Por Marcelo Sánchez, fundación San Carlos de Maipo
El sentido de la primera lectura (Lev 13) no puede ser otro que ponernos sobre la pista de una ley de pureza que pretendía mantener a los hombres que padecían la enfermedad de la lepra fuera del ámbito de lo sagrado y de la identidad más radical del pueblo de Dios, del pueblo de la alianza. No se puede considerar que todo lo que la Biblia llama lepra corresponda a la famosa y técnica «hanseniasis» (el mal de Hansen). Es verdad que los Israelitas debían ser santos como su Dios era Santo, mandato que se refería a ser limpios física y moralmente (Lev 11,46 y 20,26). Las medidas higiénicas concernían a la convivencia social (Dt 23,15 y Lev 19,11-18); la construcción de sus ciudades y campamentos (Dt 23,9-14; Lev 11,1-33), basureros, dotación de agua, cuidado del cuerpo, así como de aspectos laborales y del descanso (Dt 16,24.25)), y otros. Se practicó el aislamiento de enfermos contagiosos (Lev 13) mediante la desinfección de ropa, objetos, instrumentos y casas por medio de la fumigación, el lavado o la ignición (Lev 20,26; Lev 14,32- 47).
La comunidad de Corinto era una comunidad compleja, lo sabemos. Pablo tuvo que combatir en muchos frentes, ante muchas situaciones: es el caso de los que eran fuertes, abiertos, capaces de compartir su fe y su vida con no cristianos sin darle mayor importancia. El texto de hoy insiste sobremanera en la actitud de Pablo de ser predicador del evangelio. Frente a su mensaje liberador, no se entiende que los hombres estemos divididos y asustados por preconcepciones y actitudes que reflejan las divisiones de la sociedad; esas divisiones que consagra este mundo no pueden mantenerse frente al evangelio. Pablo sabe que hay débiles en la comunidad, pero se extraña, y mucho, que esos débiles, luego sean fuertes para las cosas que no merecen la pena en lo que se refiere a lo religioso y a lo sagrado. La lectura más en sintonía es que muchas veces nos escandalizamos de cosas que afectan a lo sagrado, y nos mantenemos indiferentes frente a injusticias, envidias y frente a los pobres.
Es el último episodio de la «praxis» de la famosa jornada de Cafarnaún, antes de pasar a las disputas (Mc 2,1-3,6). Quiere ser como el «no va más» de todo aquello a lo que se atreve Jesús en su preocupación por los que sufren y están cargados de dolor, de miseria y de rechazo por una causa o por otra. En cierta manera es un milagro «exótico» por lo que implica que, quien fuera curado de una enfermedad como la lepra, tenía que presentarse al sacerdote para ser «reintegrado» a la comunidad de la alianza. Los leprosos son «muertos vivientes», privados de toda vida de familia, de trabajo y de religión. El leproso cae de rodillas delante de Jesús . Es verdad que nos encontramos ante un hecho taumatúrgico sin discusión, pero es mucho más que eso. Incluso en razón de las exigencias de Lev 13-14, no basta con ser curado, sino que este hombre debe ir al sacerdote, es decir, al templo para que de nuevo recupere la identidad como miembro del pueblo elegido de Dios. Pero Jesús, con su «acción», ya está haciendo posible todo ello; ha ido más allá de lo que le permitía la ley; se ha acercado a la miseria humana, la ha curado, pero sobre todo, la ha acogido.
El leproso del relato de Marcos sabe su situación. No obstante, creyendo que Jesús puede curarle decide acercarse a él, saltándose los códigos sociales e implorándole que le sane. Su actitud y sus gestos, como ponerse de rodillas, expresan no sólo su impotencia ante la situación que vive, sino más bien la fe con la que decide suplicarle al Señor que le ayude. La súplica del leproso a Jesús sigue siendo actual en nuestro tiempo. Muchas personas viven de rodillas a causa de situaciones que les llevan a la marginación y a la apatía social. No será el drama de la lepra, pero sí otros dramas que hacen ver a los demás como no “dignos” de pertenecer al grupo social o cultural. El drama del leproso era algo devastador, puesto que no podía siquiera acercarse a quien representaba la solución a sus problemas, es decir, a Dios. La marginación socio-cultural llegaba hasta exclusión religiosa. Nos toca, pues, asumir el modo de vida de Jesús, como diría san Pablo en la primera carta a los Corintios (1Co 10, 31 – 11, 1): hacer todo para la gloria de Dios. La lucha contra la marginación y la exclusión inicia con una actitud: la compasión. Pero debe seguirle el acto que lleve a esta actitud a su plenitud: acercarnos y “tocar”. Tocar la realidad de los demás y colaborar con ella con lo que somos y tenemos. A veces lo que hace falta es solamente un gesto cercano y cariñoso.