¿Por qué el alza del metro encendió la chispa en todo el país? Chile se cansó, Chile despertó

¿Por qué el alza del metro encendió la chispa en todo el país? Chile se cansó, Chile despertó

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Por: Abel Cortez Ahumada

Y nadie lo vio venir. Se pensó que el nuevo aumento de la tarifa del metro sería sufrido, nuevamente, con conformismo mudo y rabia contenida. Pero la cuestión explotó. Unos chiquillos aquí y allá, se rebelaron ante esta nueva alza de tarifas, evadiendo y saltando torniquetes. El Gobierno, otra vez, sin manejar adecuadamente la crisis, con torpes declaraciones, a las cuales también se sumaban parlamentarios de oposición, preparaban la pradera. El viernes 18/10, la mecha se encendió en Santiago. Si era solo por la tarifa del metro ¿por qué el sábado 19 la rabia se expresó en todo el país y nos tiene aún en ascuas?

Se sabía que la angustia, los abusos y la desigualdad eran enormes para millones de familias chilenas. Pero el tormento era vivido en silencio, para adentro, con una salud mental deteriorada (de las peores del mundo), con desconfianza hacia los otros, endeudándose eternamente, aguantado la precarización laboral para mantener la pega. Algunas masivas manifestaciones asociadas a demandas estudiantiles y educacionales (2006 y 2011) visibilizaron ese descontento. Las bajas pensiones y el movimiento No + AFP, también fue otro llamado de alerta. Pero el mundo político entregaba solo unos cambios cosméticos, algunos que ayudaban y tendían a reformar ciertos ejes del modelo neoliberal, pero otros que lo hacen incluso más regresivo (como la actual discusión sobre la reintegración tributaria, que busca devolver más millones a los más ricos).

Las enormes (y violentas) desigualdades del país se han mantenido. Injusticias e inequidades que se amplifican cuando se suman unos abusos violentísimos y a mansalva, perpetrados por cadenas de farmacias, de tiendas, de bancos, de supermercados, de papeleras, de pollos, etc., etc., etc., etc., etc., etc. Indignación a la que se agregan sendos casos de corrupción (pacogate, milicogate, entre muchos otros), luego de enterarnos del cómo los grandes capitales compraban a los parlamentarios para que aprobaran leyes redactadas en las oficinas de sus empresas. Y, Gobiernos de todos colores, corren a garantizar ganancias de concesionarias y a condonarles deudas tributarias millonarias a empresas nacionales.

Esa elite política post-dictatorial, con una sociedad pasiva y un crecimiento que generó cierto bienestar material, se preocupó de la modernización e internacionalización económicas y la focalización de la política social en los más pobres de los pobres. Los trabajadores manuales e intelectuales, obreros y profesionales, que se las arreglaran solos.

Partidos políticos aristocratizados y parlamentarizados asumían las demandas y manifestaciones, procesándolos y dialogando, pero sin concretar las expectativas originales. Un parlamento que tiende -al final- a restringir las potencialidades transformadoras de las demandas, presionados a su vez por los grandes capitales nacionales e internacionales. En el Congreso hablan mucho, mucha foto, mucha tele y manos alzadas. Pero pocas, poquísimas nueces. Una derecha que formalmente frena las demandas, un centro político poco dado a las reformas y una centro-izquierda e izquierda tibias, no impulsan los grandes cambios que la ciudadanía les demanda.

Todo ello se acumuló, por años, décadas. Pero explotó. No sabemos bien porqué ahora, si las condiciones estaban dadas desde hace tiempo. La sequía y el uso desigual del agua, violentísimo para los pequeños campesinos y la ciudadanía en general, fue un condimento que la impulsó. El alza progresiva de la luz también sumó otro poco. Declaraciones indolentes y obscenas de ministros y voceros empresariales, llenaron aún más la rabia. Indiferencia del poder y la tecnocracia ante la cual el pueblo se rebeló, indignado y cansado.

Luego de varias jornadas de alzamiento popular, el Presidente Piñera trata de apagar el fuego con bencina: Estado de Emergencia, Toque de Queda y militares a las calles, para rematarla vociferando “estamos en guerra”, buscando cambiar la agenda y criminalizar las protestas.

En Los Andes, como en todo Chile, las marchas son pacíficas y familiares con la intención de lograr un país donde se pueda “llegar bien a fin de mes”, “no más AFP”, “mejor salud”, que “no haya represión”, “que entreguen el agua”, como rezan muchos de los carteles. La mayoría son jóvenes entre 18 y 25 años, que son estudiantes y trabajadores, de sectores medios y populares. Jóvenes que sufren las penurias y angustias de sus padres endeudados y con bajos salarios, y ven como sus abuelos -con bajas pensiones- deben esperar en largas listas de espera sanitarias. Jóvenes que cuando buscan trabajo, solo encuentran algunas horas (part time). Que ven como el mercado les oferta el cielo y la tierra, a los que no pueden acceder. Que sienten lo difícil que será construir familia, con un país azotado por la explotación natural y las contaminaciones. Que saben que si las cosas no cambian, sus vidas adultas serán aún peor.

Algunos jóvenes más exaltados, no más del 0,1% de la marcha, violentaron no solo el mobiliario público, sino también las oficinas que simbolizan los abusos y la desigualdad (bancos, farmacias, supermercados). Familias (y no pocos avispados) saquearon supermercados y tiendas. Acciones condenables, sin duda, que fueron abucheadas y resistidas por la mayoría de los manifestantes. Acciones hechas por el “lumpen” como dicen varios. Pero ¿quién es el lumpen? Los más marginados, los más excluidos, los más pobres, aquellos que conviven con el hacinamiento, las familias desestructuradas, la drogadicción y el microtráfico, la violencia barrial e intrafamiliar, que nunca han viajado al extranjero y que no irán a la universidad, o que la dejaron por plata o por su pésima formación secundaria.

Nuestras elites políticas, partiendo por el Gobierno, tienen que hacerse cargo, de verdad, de las demandas. Dando acciones concretas de corto, mediano y largo plazo. Pero en serio, sin comisiones que cacarean los huevos que no ponen. Proyectos de ley para bajar dietas parlamentarias y de directorios de empresas públicas, que terminen con la usura y el abuso de las grandes empresas, que se le imponga un impuesto a los super ricos, que se nacionalice el agua para su mejor distribución, que cambien las AFPs, que “compartan los privilegios” como le dijo la Primera Dama a sus amigas en un mensaje recientemente filtrado, entre tantas otras cosas que los chilenos y chilenas piden con gritos y cacerolazos. Ya no se puede decir más claro y más fuerte.

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