Por: Rodrigo Durán Guzmán, Magíster © Comunicación Internacional. UDP
Los temores se hicieron realidad. El miedo y la incertidumbre se habían apoderado de los grandes conglomerados, dícese Nueva Mayoría y Chile Vamos, durante los días previos a la realización de las primarias para definir, en una “participación” restringida sólo a 93 comunas de un total cercano a las 350, candidatos a las elecciones municipales de octubre próximo. Y es que en un escenario de desafección, desencanto y nula sintonía entre los actores políticos y sus votantes era cuestión de tiempo para que los ciudadanos manifestaran su apatía y descontento. En este sentido las primarias 2016 se presentaron como el escenario ad hoc para plasmar su rabia lo cual se tradujo en una participación aún más baja que la elección presidencial de 2013 – 2014. Cierto, sólo se trata de elecciones primarias para definir candidatos pero también seamos honestos: el hecho que se hayan contabilizado, por ejemplo, apenas 30 votos en mesas con 1.500 personas habilitadas para sufragar es una señal evidente de la crisis institucional y, por ende, cualquier esfuerzo por bajarle el perfil a esta suerte de sismo electoral será infructuosa ya que por algo, y una vez más, los defensores de la parsimonia y establishment político han salido en defensa del voto obligatorio como “solución a la madre de todos los problemas de la política”: la participación ciudadana.
Si nos remontamos a la elección presidencial de 2013 – 2014 notaremos que votaron 6.599.973 (de 98,66% de mesas receptoras contabilizadas) de un padrón electoral de 13.573.088. Es decir, menos de la mitad de los chilenos (48,8% del padrón) se manifestaron en las urnas lo que se traduce en una participación del padrón electoral, pensando en las entonces candidatas Bachelet y Matthei, de un 22% y 12% respectivamente. Lo anterior se refuerza, de acuerdo a datos del CEP, en que durante la primera vuelta presidencial y elección parlamentaria de 2013 hubo un recambio de electores cercano a los cuatro millones de votantes entre los cuales, los que dejaron de votar, casi duplicaron a los nuevos votantes. Por otro lado, sobre la obligatoriedad del voto, cuesta entender que a pesar de lo que indican todas las evidencias se siga pensando de forma coercitiva – sancionatoria cuando la tónica debiera apuntar a la libertad de ejercer un derecho ciudadano entendiendo que, para fomentar la votación, deben existir los incentivos adecuados que gatillen la participación de los electores tales como, por ejemplo, buenos candidatos, de preferencia tendientes a la probidad y no que traigan consigo las tradicionales prácticas de la política, con programas de gobernabilidad realizables e inclusivos evitando caer en la tentación y pragmatismo de comportamientos y discursos populistas que en nada favorecer el desarrollo de los individuos en sociedad. En esta ecuación se requieren votantes empoderados tanto de sus derechos como sus deberes, que consuman información y construyan sentido a partir de ésta, pero esto por sí sólo no se sostiene. De seguro es probable que desde el mundo político sean varias las voces que dirijan la responsabilidad, en la construcción de esta desafección, hacia los medios de comunicación, las encuestas, la meteorología entre otros dejando fuera la necesaria autocrítica de los principales responsables de esta debacle de legitimidad: políticos que, en sus acciones y hechos, se han farreado la confianza de las chilenas y chilenos día tras día y sin el menor ápice de arrepentimiento, sino todo lo contrario.
La miopía y tozudez política han sido incapaces de tener la seriedad necesaria para enfrentar, y hacerse cargo, de una baja ostensible en cuanto participación electoral y hoy, en el contexto de las primarias cuya expectativa de participación era cercana a las quinientas mil personas, de un total de cinco millones de votantes habilitados, termina estrellándose contra una pared de realismo que nos habla de una participación de apenas cien mil personas. Lo anterior nos deja entrever o proyectar un lúgubre escenario de cara a las municipales en un duro golpe, propinado en esta oportunidad por la ciudadanía, a una clase política aletargada, adormecida y que ve como su poder e influencia comienza a decaer.