Quicalcura y Andinidad

Quicalcura y Andinidad

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1946

Por: Luis González Reyes, presidente Centro de Estudios Para Asuntos Docentes (CEPAD)

Verde que te quiero verde.
Verde viento. Verdes ramas.
(Federico García Lorca, Romance Sonámbulo)

Por más de 40 años, el Profesor del Instituto Agrícola Pascual Baburizza –hasta la división de dicho Instituto- don Luis Canelo quien durante su brillante trayectoria estuviese a cargo de la mantención de los jardines en nuestra ciudad, solía recordar que conocía por lo menos 8 intentos y proyectos de forestación del Cerro de la Virgen (Quicalcura, su nombre originario), concluyendo que el proceso de plantación de árboles o especies era fácil, lo dificultoso era mantenerlos y, en especial, regarlos.

Me asalta el recuerdo feliz de don Luis y su obra al conocer en noviembre 2018 la noticia que mediante un convenio entre la Dirección de Aeropuertos del Ministerio de Obras Públicas y la Municipalidad, se reforestarán algo más de 40 hectáreas del Cerro de la Virgen.

Es necesario precisar que la forestación de dicho Cerro se ha constituido por años en una especie de “niño símbolo” de las campañas electorales por el sillón alcaldicio; la realidad es que de no mediar la obra generosa de la agrupación “Green City”, el Cerro de la Virgen se encontraría en total estado de abandono, siendo difícil considerarlo como un patrimonio vegetal-activo de nuestra ciudad. Lo patrimonial de este Cerro está visibilizado solo en dos obras, la primera de ellas la inauguración del monumento a la Virgen del Valle (Virgen de Los Andes) en Abril de 1902 y de cuyo proceso da cuenta el historiador René León Gallardo en una de sus publicaciones; asimismo, la construcción del camino vehicular hasta la cumbre, acción emprendida por la Junta de Adelanto de la época y, en especial de su Presidente Hernán Barrera Álvarez.

Existen innumerables estudios referentes al Cerro de la Virgen, de ellos es necesario enfatizar que la forestación haría disminuir las partículas contaminantes, regularía la temperatura especialmente en el periodo estival, serviría como cortina para ruidos y naturalmente como sitio real de esparcimiento y recreación, contribuyendo a la salud física y mental de las personas. El crecimiento de la ciudad de Los Andes ha hecho disminuir la proporción entre habitantes y espacios públicos y, lo que es más importante, entre habitantes y aéreas verdes; nuestra ciudad tiene una cantidad de hectáreas de áreas verdes inferior a comunas de Santiago como Ñuñoa y Providencia, pero superior a otras; cualquiera que fuese el caso, la Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda 9,2 metros de áreas verdes por habitante, Los Andes está cercano a los 6, el déficit se acentúa porque existen áreas verdes en los planos pero que en la realidad no lo son porque no son mantenidos.

La bienvenida forestación del Cerro no solamente trae las ventajas que ya hemos indicado, incluso agregando que dicha obra tendería a paliar la gran amplitud térmica de la ciudad (diferencia entre la temperatura máxima y mínima) sino que, además, restituiría en muy escasa medida la vegetación que el Valle tuvo; al respecto, Ignacio Domeyko hacia 1838 indicaba que el Valle de Aconcagua “era más hermoso que otros más cercanos, por cuanto no solo su fondo sino que también las paredes que lo rodean resplandecen de verdor adornada a trechos de bosquecillos”, lo mismo constatan otros naturalistas como Amada Pissis hacia 1856.

En septiembre de 1998 y, después de haber repasado la historia de Los Andes y percatarme que no existía ningún conocimiento acabado ni, además, un sentimiento que expresara claramente lo que la ciudad de Los Andes es y los andinos somos, publiqué en el único medio de prensa escrito de la época un artículo llamado “Andinidad”. He vuelto sobre este concepto en varias oportunidades desde esa primera ocasión; expresaba en el referido artículo, que la andinidad aparte de las tradiciones, el conocimiento y el sentimiento afectivo hacia la patria chica era también un núcleo que debe estar más cerca “del concepto de comunidad que el de una mera multitud, que debe predominar un objetivo común, la existencia de un nosotros”-agregaba que- “aquellas agrupaciones humanas que no están dispuestas ni disponibles por indolencia, apatía o negligencia a enfrentar sus desafíos, más que sujetos de su acontecer, se constituyen en objetos de los hechos y más que hacer la historia, terminan por padecerla”.

La revalorización del patrimonio, cualquiera que este sea, debe formar parte permanente de la política pública. Sin conocimiento y conciencia patrimonial no podrá existir ni una conducta, ni una acción patrimonial. Como se diría en un plano revolucionario, sin teoría no hay praxis.

Cuando emprendemos acciones de reivindicación histórica, patrimonial, de la tradición o, en general, de la cultura de nuestra tierra, estamos ni más ni menos, que reviviendo y revitalizando no solo el pasado, sino que las raíces del presente, según la acertada expresión de César Tejedor.

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