Por: Andrés Silva, Escuela Ingeniería en Agronegocios, Universidad Central
Los ambientes alimentarios en Chile han cambiado en las últimas décadas. El estrés de la vida cotidiana, el aumento de la oferta de productos altos en grasas, sal y/o calorías, y la falta de tiempo para cocinar, son algunas de las causas del cambio en la cantidad y calidad de alimentos que consumimos los chilenos. La Encuesta Nacional de Salud muestra que los chilenos estamos engordando. Comparando las versiones de 2003 y la aplicada entre 2008 y 2009 en la población entre 25 y 64 años, el porcentaje de las personas obesas aumentó de 27,2% a 29,6%.
La obesidad no se distribuye uniformemente en la población; tiende a focalizarse en los estratos socioeconómicos bajos, afectando principalmente a mujeres y personas con bajo nivel educacional. La evidencia internacional es contundente. Más allá de cualquier consideración estética, las personas obesas presentan mayor dificultad para encontrar trabajo, reciben menores salarios, tienen mayor prevalencia de enfermedades asociadas a la dieta, mayor ausentismo laboral, menor productividad, y experimentan una baja de la autoestima, entre otras dificultades.
Si nuestro interés es ayudar a que las personas coman mejor en Chile, saber qué comemos puede servir para establecer diagnósticos, para hacer seguimientos o entender patrones en el consumo. Además, para entender los hábitos de consumo de alimentos, tenemos que hacer un ejercicio puertas adentro. Es decir, necesitamos entender los determinantes en el consumo de alimentos a nivel de hogar, los cuales varían, entre otros criterios, dependiendo del ingreso, educación y edad de sus miembros. En este sentido, necesitamos ir más allá de los promedios nacionales, los que muchas veces ocultan realidades muy distintas.
En el mundo, hay un activo debate respecto a formas de frenar la obesidad. La evidencia internacional puede aportar mucho en términos de metodologías para el análisis, y para aprender de otras experiencias. Sin embargo, extrapolar los resultados de análisis realizados con bases de datos de otros países a Chile puede ser arriesgado, dado que los hábitos alimenticios son muy propios de cada cultura.
En Chile, el INE realiza la Encuesta de Presupuesto Familiar (EPF) cada cinco años. Su propósito es cuantificar el gasto -no la cantidad- de los hogares en los principales centros urbanos del país. Por otra parte, la Encuesta Nacional de Consumo Alimentario (ENCA) del Ministerio de Salud fue aplicada entre noviembre 2010 y enero 2011 (por primera y única vez) para cuantificar el consumo de alimentos en país. Ambas encuestas son un esfuerzo importante y destacable, pero insuficiente para seguir el dinamismo de la evolución de los ambientes alimentarios en nuestro país.
Necesitamos bases de datos públicas que consideren el gasto y consumo de alimentos, anuales o bianuales, y que aborden temas relacionados, como el uso del tiempo en la preparación de los alimentos, acceso a alimentos saludables y la generación de desperdicios de alimentos en el hogar.
La visualización de los hábitos alimentarios y la caracterización de los ambientes alimentarios, facilitará la generación de investigación aplicada que nos permita entregar nuevos elementos al debate en base a evidencia, y con ello, ayudar a frenar la obesidad en Chile.