Re-mirar los paisajes Patrimonio, comunidad y turismo

Re-mirar los paisajes Patrimonio, comunidad y turismo

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Por: Abel Cortez Ahumada, Coordinador de Línea de Patrimonio, CITYP

Desde pequeño, al subir el principal cerro isla de la ciudad de Los Andes, buscaba tanto aquella tranquilidad sonora de la distancia, como la apertura visual de las panorámicas que se descubren desde los atalayas rocosos. Desde ese tiempo que procuro disfrutar de los paisajes, urbanos y rurales, con el mar o la cordillera de fondo, de situarse en un punto para construir una perspectiva que me permita contemplar, sentir y comprender aquello ya conocido o los nuevos lugares visitados.

El paisaje es una categoría compleja que posee dos ejes estructuralmente imbricados. Por una parte, se le concibe como aquellas formas que se le aparecen y que compone un observador en su mirar (y sensibilizar esa exterioridad y se vincula a una dimensión sensorial, subjetiva y cultural.

Pero también el paisaje se estructura en base a aquellas conformaciones geo-culturales que expresan y sintetizan procesos de adaptación y transformación de la superficie del territorio y que producen un conjunto de líneas, volúmenes, colores, luminosidad, trazos, fauna, flora, sociedad, producciones, dinámicas que constituyen una trama y un lugar particular. Así visto, el paisaje es una hebra de dos puntas, lo observado y el observador, lo que se siente y quien siente, la estructura y flujos de la superficie del territorio contemplados por un observador y la comunidad histórico-cultural a la que éste pertenece.

Lamentablemente, los paisajes, como acumulación inter-temporal de dinámicas culturales adaptativas al territorio, ha sufrido la aceleración de la expansión física del capitalismo tardío, que instala grandes urbes e infraestructuras viales e industriales conectadas a escala global, que afectan el medio ambiente natural y construido. Estos procesos de construcción de grandes carreteras y fábricas, de puentes, de mega-bodegas, afectan tanto la estructura y dinámicas del paisaje, como las posibilidades de su contemplación, dañando un activo cultural que por tan presente, se invisibiliza y subvalora.

En la actualidad, cuando las actuaciones económico-territoriales más afectan a los paisajes, se produce una renovada atención sociocultural sobre ellos (Nogué 2010). Pero esta revalorización se concentra en las sociedades desarrolladas, que poseen tanto, la cultura acumulada para su percepción, como el desarrollo económico- tecnológico y los instrumentos de planificación para su protección. En los países menos desarrollados, por esa desigual distribución internacional de los capitales, aún van a rezago en esta necesidad de protección de la materialidad y los intangibles que produce el paisaje.

Más allá de que algunos más radicalizados vean, en cualquier asomo de protección patrimonial, el sesgo mercantilizador de la turistecnia, se requiere del resguardo del paisaje como un patrimonio constituido por aquellas piezas territoriales construidas en el largo plazo por las sociedades, y que por tanto las han acompañado en la construcción y percepción de una imagen que nos convoca perceptiva e identitariamente.

Y esos valores densos desplegados por los paisajes deben ser incorporados como valores de la sociedad y su historia, motivo por el cual debe estimularse su reconocimiento por parte de las comunidades locales a través de su difusión, de su observación-experimentación, de la reflexión colectiva. Las sociedades están estructuralmente situadas y ligadas a sus territorios, y construyen su identidad teniendo como uno de sus vectores principales al paisaje, por lo que su valoración y posterior protección debiese ser una

condición insoslayable. Que sería de Valparaíso y los porteños sin la posibilidad de observar el anfiteatro natural que se abre hacia el mar. Que sería de Aconcagua y sus comunidades sino se pudiera apreciar esa relación simbiótica entre el valle y la montaña.

Y el paisaje, como activo, como ventor identitario, una vez identificado, valorado y reconocido por la comunidad local, puede ser también difundido como un atractivo para los visitantes y turistas.

Los turistas buscan conocer lugares distintos, y el principal sentido para acceder al conocimiento de esos destinos, es la observación, la contemplación y la captura de esas imágenes para el recuerdo. La figura del turista con la cámara fotográfica nos sitúa frente a esa necesidad de observar lo nuevo, de mirar lo distinto, que nos conmueve y que se precisa registrar.

Los paisajes, en esa perspectiva, son uno de los principales atractivos que constituyen experiencias diferenciadoras. Se buscan los espacios abiertos, los monumentos, las explanadas, las calles y sus cafés, las ramblas, los balcones, para contemplar aquella sociedad y sus formas, desde la arquitectura monumental hasta la interacción de los transeúntes, desde los árboles a las líneas montañosas y los flujos del transporte.

A turistas y, sobre todo, a las comunidades locales, les interesa y les debe seguir interesando aún más el resguardar los paisajes en sus dos dimensiones: 1) como estructuras únicas y visibles del territorio, debiendo planificar el desarrollo territorial resguardando las calidades ambientales y culturales de los paisajes; 2) como campos de observación para el deleite estético, la observación cultural y el fortalecimiento identitario, promoviendo su disfrute, la construcción de redes de miradores, de resguardar las vistas que han conformado las imágenes fuertes de un lugar, de valorizar los cerros y habilitarlos como principales plataformas de observación.

Comunidades locales que valoran y resguardan sus paisajes, promueven un patrimonio que integra a otros patrimonios. Por ello, volvamos a mirarlos, disfrutémoslo, difundámoslo, protejámoslo, subamos al cerro, vamos al parque, sentémonos en la plaza para buscar esas aperturas que permiten contemplarlos. El paisaje no se agota por mirarlos, por el contrario, su energía fluye y se reproduce en el tiempo y en la cultura.

Nogué, J. (2010) El retorno al paisaje, Enrahonar, N° 45, pp. 123-136.

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