Por: Dr. Rodrigo España Ruiz, director Escuela de Ciencia Política, Universidad Central de Chile.
El cuestionamiento de los líderes políticos —por parte de la ciudadanía— es una práctica normal y deseable en democracia. Los políticos estarán siempre sujetos al escrutinio público, de ahí la importancia que sus palabras y acciones sean coherentes, consistentes y responsable no solo con el sector al cual representan, sino también con las instituciones superiores de la República. Estas, en la mayoría de las veces, son el resultado del consenso que se traduce en la estructura y cultura política de un determinado sistema político.
En el caso chileno, lo anterior se podía verificar en un respeto por las instituciones y la amistad cívica que prevalecía en nuestro país. Estábamos acostumbrados a debates entre adversarios políticos más que entre enemigos, donde las diferencias políticas se resolvían en los espacios diseñados para aquello. Durante un periodo triste de nuestra historia, esto fue interrumpido, muchos vivieron con dolor este largo momento y otros sintieron la nostalgia de ver desvanecerse aquellos valores republicanos y la amistad cívica que nos caracterizaban como sociedad.
Después de la recuperación de la democracia, estos espacios se fueron reconstruyendo y fuimos retomando nuestras tradiciones republicanas. El respeto por las instituciones y nuestras autoridades volvió a ser uno de los rasgos característicos de nuestra cultura política.
Sin embargo, este año hemos sido testigos y cómplices pasivos de una serie de situaciones que hacen que nuestro optimismo en la recuperación de nuestras tradiciones republicanas se desvanezca. Me refiero a los insultos y monedas que recibió el ministro de Hacienda, Rodrigo Valdés, en un café del centro de Santiago; la agresión en la calle a dos candidatos a la Presidencia de la República (Felipe y José Antonio Kast) y los insultos que recibió la presidenta de la República, Michelle Bachelet, en el Te Deum del 10 septiembre en la Catedral evangélica. Si bien en la mayoría de los casos la condena de los actores políticos por estas actitudes fue unánime, en el último episodio, un sector de nuestro país relativizó los hechos.
Los ciudadanos esperamos que nuestros líderes políticos, pero también religiosos, tengan estándares mayores respecto de su comportamiento. No se trata de ser obsecuente con la autoridad y las instituciones que estos representan, pero en democracia uno esperaría que estos líderes fomentaran el respeto y la tolerancia —por ende la amistad cívica— y no el relativismo. Si nuestros líderes debieran ser los mejores entre los mejores, ¿qué queda para nosotros, los simples ciudadanos?
En estos días se inician formalmente las campañas presidenciales y parlamentarias, donde se hace indispensable que el debate de las propuestas de país se haga teniendo en consideración el bien común, en un marco de respeto y tolerancia. Solo así nos reencontraremos con nuestras tradiciones republicanas y se reencantará a los ciudadanos con la política.